lunes, julio 21, 2008

El príncipe Caspian y la fe de C.S. Lewis

C. S. Lewis y Narnia (1)

Hace ya medio siglo que el escritor británico C. S. Lewis (1898-1963) creó Las Crónicas de Narnia. Las novelas que lleva ahora Disney al cine, contienen un mundo de fantasía que ha seducido a varias generaciones de lectores. El encargado de llevar esta magia a la pantalla ha sido hasta ahora el director de la saga de Shrek, que ha dejado la animación, para hacer estas películas con actores. Muchos jóvenes ávidos de aventuras, han buscado en estos libros, que ha reeditado Destino, la continuidad de una serie que han conocido por el cine. Tras su entrada en el reino mágico de Narnia, en El león, la bruja y el armario, las salas de todo el mundo proyectan este verano el segundo episodio de la saga. En él los niños vuelven a este mundo maravilloso, donde un invasor intenta asesinar al príncipe heredero. Este es el primer artículo de una serie sobre El príncipe Caspian y la fe de C. S. Lewis.



El director neozelandés Andrew Adamson decía al presentar la primera película, que “en algunos países iba a necesitar un esfuerzo extra para que el público se familiarice con unos personajes y unas situaciones que en el mundo anglosajón son ya muy populares”. Ya que aunque en los últimos años Lewis parece haber sido descubierto en algunos círculos católicos españoles (hasta el punto de considerarlo uno de los suyos, aunque nunca dejó de ser anglicano) la verdad es que en España era casi un desconocido, aparte de las continuas referencias a su amistad con J. R. R, Tolkien (que le llevó a la fe cristiana, aunque no le gustaba demasiado Narnia).

Algunos conocían a Lewis por la tragedia de la muerte de su esposa, que cuenta la película Tierras de penumbra (difícil de encontrar en DVD). En ella Lewis era interpretado por Anthony Hopkins, que en el film de Attenborough nos presentaba el drama adulto de su breve matrimonio con una poetisa judía divorciada norteamericana llamada Joy Davidman, que se convirtió al cristianismo cuando estaba casada con un alcoholizado guionista de Hollywood. El dolor por su muerte, víctima del cáncer, poco después de su boda, llevo a Lewis a escribir un extraño libro bajo seudónimo, que todavía reedita Anagrama: Una pena observada (traducido por la fallecida escritora salmantina Carmen Martín Gaite, cuando su hija moría también enferma).

El resto de la obra de Lewis está todavía bajo el legado de una sociedad, cuyo albacea es un pastor anglicano, convertido al catolicismo, Walter Hooper. Un personaje algo siniestro, acusado de manipular su obra por especialistas como la fallecida Kathryn Lindskoog, que creía que él había escrito algunos de los libros de Lewis, que se habían publicado póstumamente. Algo difícil de probar, ya que el acceso a sus escritos es todavía muy restringido. Lo cierto es que algunos católicos han pretendido incluso su canonización por el Vaticano, argumentando cosas tan absurdas como que su matrimonio nunca había sido consumado. Ya que su boda con una divorciada no sólo rompió su relación con Tolkien, sino con toda la tradición anglo-católica (más cercana a Lewis que la rama evangélica de la Iglesia Anglicana, con la que apenas tuvo contacto).



Los derechos de Narnia en castellano han sido adquiridos por diversas editoriales a lo largo de los años, algunas de ellas americanas, pero las peores han sido sin duda las evangélicas (como la que hizo Caribe en Miami, que era un auténtico atentado a nuestra lengua, acompañado de unos dibujos horrorosos). Por lo que las mejores siguen siendo ediciones españolas normales, como las de Alfaguara, que aunque cambió al principio las ilustraciones originales, las recuperó al final, como hace esta nueva versión de Destino, que es sin duda la mejor que se ha hecho. Esta nueva traducción es una lujosa edición, encuadernada ahora en tela y con pasta dura. Hay incluso un volumen que reúne todos los episodios de la serie. Lo que resulta una auténtica delicia para la vista, aunque resulte algo inmanejable.

LA INFANCIA PERDIDA

Lewis recibía cientos de cartas cada semana. Una auténtica pesadilla para el cartero que hacía aquella ruta a las afueras de Oxford, donde no había ningún profesor tan conocido como él. Desde que empezó a escribir libros para jóvenes en 1950, tenía mucha correspondencia, no sólo con adultos, sino también con chicos, como el que le preguntó que le inspiraba a escribir historias. “Realmente no lo sé”, dijo Lewis: “¿Sabe alguien exactamente de dónde viene una idea?”. La respuesta es por supuesto que no, pero hay muchas situaciones en su vida que debieron influir en su literatura.

El escritor había nacido en una familia acomodada de Belfast (Irlanda del Norte) en 1890. Su padre era procurador, y su madre, matemática. Hijos de un ingeniero evangélico galés y un pastor protestante. Por lo que iban regularmente a la iglesia de su abuelo, donde Lewis fue bautizado de niño como Clive Staples, aunque él firmaba siempre con sus iniciales, C y S. Su familia y sus amigos le llamaban Jack, aunque sus padres se referían a él de pequeño como Babbins o Baby, hasta que decidió llamarse Jacksie. Tenía un hermano mayor, Warren, y una niñera irlandesa llamada Lizzie, que les contaba historias maravillosas sobre dioses y criaturas mitológicas. Tal vez Jack pensaba en ella, cuando años después escribió sobre la institutriz del Príncipe Caspian y sus increíbles relatos sobre la antigua Narnia.

Cuando tenía siete años, la familia se muda a una nueva casa, que conocen como La Pequeña Lea, aunque era tan grande, que estaba llena de habitaciones, escaleras y pasillos. Para aquellos dos chicos, llenos de imaginación, era “más una ciudad, que una casa”. Jack pensaba sin duda en ella al describir la casa de Polly y Digory en El sobrino del mago, cuando recuerda aquellos “largos corredores, estancias vacías medio iluminadas por el sol, el silencio dentro, escaleras arriba, áticos explorados en soledad, el gorgoteo distante de cisternas y tuberías, y el sonido del viento bajo los tilos”.

Su mundo transcurría en aquella casa durante largos días de lluvia. En una de aquellas habitaciones había un gran armario tallado en madera. Había sido construido por su abuelo de roble macizo. Los niños solían esconderse en él, para escuchar a Jack contar historias de aventuras en la oscuridad (este mueble ropero se encuentra ahora con otros papeles de Lewis, en la colección que tiene la universidad evangélica de Wheaton, EE. UU.). Sus relatos venían de libros que llenaban la casa por todas partes. Los que más le gustaban eran de autores como Nesbit o Beatrix Potter. Es entonces cuando empieza a imaginar historias de “animales vestidos”. Así nace el mundo de Boxen, un universo que compartía con su hermano, incluso cuando estuvo separado de él en un internado en Inglaterra.

Lewis odiaba el colegio, pero sobre todo no aguantaba estar separado de su madre, su “confiada Atlántida”, un gran continente insular de tranquilidad, que iba a sumergirse pronto bajo las olas del mar. Jack se entera a comienzos de 1908 que su madre estaba gravemente enferma. Al acabar el verano murió, cuando él tenía nueve años. Un sentimiento de orfandad embargó a Lewis el resto de su vida. Su recuerdo inspira la angustia de Digory en El sobrino del mago, buscando una curación milagrosa para su madre. Con esa confianza que tiene el niño en Aslan, Jack ruega por la sanidad de su madre. Ora incluso después de que su madre muriera, pero su cadáver parecía aniquilar toda esperanza. Aquel féretro era como un armario cerrado. Lewis no podía entonces imaginar que por detrás había una puerta a un mundo maravilloso…

AL OTRO LADO DEL ARMARIO

Cuando acaba el colegio, Lewis abandona la fe cristiana. Su visión del mundo se hace a partir de entonces totalmente materialista. En 1914 su padre le envía a estudiar con un tutor privado llamado Kirkpatrick. Su influencia está detrás del profesor Kirke en los libros de Narnia. El le prepara para la Universidad de Oxford, donde emprende una brillante carrera que dura más de cuarenta años, ya que fue profesor hasta su muerte, en 1963. Sólo deja sus estudios, durante la primera guerra mundial, que pierde un amigo, al que promete cuidar de su madre. Parece que tiene una relación íntima con ella, hasta que se convierte a la fe cristiana por medio de Tolkien.



Lewis tuvo tanta amistad con Tolkien, que fue el primero en leer sus historias sobre la Tierra Media. Los dos enseñaban Filología y compartían una misma pasión por el primer poema que hubo en lengua inglesa, el Beowulf. Juntos tenían un grupo de amigos llamado los Inklings, que se reunía en varias tabernas de la ciudad. Tolkien se había convertido en católico-romano por influencia de su madre, que sufrió mucho a causa de su fe y murió también enferma. Pero Lewis seguía siendo todavía ateo, hasta que una noche de 1931 se convirtió en “el más reticente converso de toda Inglaterra”.

Lewis pensaba como muchos hoy, que las similitudes del cristianismo con la mitología, lo hacía simplemente una historia más de ficción, que no podía ser realidad. Pero descubre con Tolkien, que “el meollo del cristianismo es un mito que es también una realidad”. Porque “el antiguo mito del dios que muere, sin cesar de ser un mito, desciende del cielo de las leyendas y de la imaginación hasta la tierra de la historia”. Ya que “sucede en una fecha y lugar concretos”. Para Lewis, como para Tolkien, todos los relatos apuntan por eso hacia un momento en este mundo real en que el “mito” se convirtió en realidad.

¿FICCIÓN O REALIDAD ?

El año 60 Lewis le escribe una carta a una niña llamada Patricia, que está ahora grabada detrás del armario que sirve de monumento a Lewis, delante de una biblioteca de Belfast. Le dice: “No estoy haciendo exactamente una representación mediante símbolos, de la verdadera historia del cristianismo, sino que más bien me digo: “supongamos que existiera un mundo como Narnia, que necesitara ser salvado y que el Hijo de Dios (o del “Gran Emperador allende los mares”) hubiera ido a redimirlo, igual que vino a redimirnos a nosotros, ¿cómo habría sucedido en aquel mundo?
Con la creación de Narnia, el Hijo de Dios crea “un” mundo (que nos es concretamente el nuestro).

Jades, al coger la manzana, comete un acto de desobediencia, el mismo pecado que Adán. No obstante, este episodio no desempeña, en la vida de Jades, la misma función que realizó en la vida de Adán. Ella “ya” había pecado (y mucho) antes de comerse la manzana. Con la masa de piedra pretendía recordar una de las Tablas de la Ley de Moisés. La Pasión y Resurrección de Aslan equivalen a la Pasión y Resurrección que, presumiblemente, habría tenido Jesucristo en “aquel” mundo. Son similares a las de este nuestro mundo, pero no son exactamente iguales.

Edmund, al igual que Judas, es un traidor y un soplón. Sin embargo, a diferencia de aquél, Edmund se arrepiente y es perdonado (como, sin ninguna duda, Judas habría sido perdonado si se hubiera arrepentido).

Efectivamente, en los “confines” del mundo de Narnia, Aslan empieza a mostrarse más parecido a Cristo, tal y como lo conocemos en “este” mundo. De ahí el “Cordero” y de ahí el almuerzo, como al final del Evangelio de San Juan. ¿No dice El: “se os ha permitido conocerme en “este” mundo (Narnia) para que podáis conocerme mejor cuando regreséis al vuestro?”
Y, naturalmente, el mono y el acertijo, justo antes del Juicio Final (en La última batalla) representan la llegada del anticristo antes del fin de nuestro mundo.”

Lewis comprendió que existe un relato verdaderamente histórico, que contiene una “magia más profunda” que las historias que él había amado desde niño. Por eso después de su conversión, se convirtió en uno de los pocos comunicadores cristianos, capaces de escribir relatos de ficción, llenos de imágenes trascendentes de Dios, nuestra humanidad y la realidad transfigurada por la luz del cielo.

Sus libros de apologética han convencido a muchas personas de la verdad de la fe cristiana, pero su imaginativa prosa ha demostrado también un poder liberador, que nos hace esperar un mundo mejor…

José de Segovia es periodista, teólogo y pastor en Madrid

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