sábado, julio 03, 2010

Carlos Monsiváis, Biblia y Estado laico. por Carlos Mnez. Gª

Desde hace poco más de dos meses se encuentra hospitalizado por problemas respiratorios. Le aqueja una fibrosis pulmonar. Desde este espacio deseo intensamente que Carlos Monsiváis se recupere. Junto con el deseo manifestado, quiero recordar que él ha sido un permanente defensor de los derechos de las minorías religiosas, de la vigencia del Estado laico y crítico de los excesos clericales católicos.



El día en que el escritor cumple 70 años (el 4 de mayo de 2008), publica en La Jornada un artículo cuyo título (“Los días de nuestra edad”) toma prestado, pero por supuesto, de la Biblia. Es el Salmo 90 versículo 10, que completo dice: “Los días de nuestra edad son setenta años; Que si en los más robustos son ochenta años, Con todo su fortaleza es molestia y trabajo; Porque es cortado presto, y volamos”. Con la cita, Carlos reitera lo que alguna vez me confió en uno de nuestros desayunos y extensas conversaciones: “Hay libros que lleva uno en su ADN”.

Hoy queda claro que es el más importante intelectual mexicano, y el único gran escritor que entre nosotros ha argumentado reiteradamente a favor de los derechos de las minorías religiosas, particularmente de los protestantes. Renuente a recibir homenajes y festejos, Carlos Monsiváis es un referente obligado para comprender las múltiples caras de la cultura mexicana. Esos distintos rostros reflejan la diversidad existente en el país, pluralidad que crece en distintos terrenos, y el religioso es uno de ellos.

Creo que para los integrantes de la amplia y global comunidad que sigue la intensa y variada producción del profeta de la colonia Portales (donde dice que le gusta vivir, pero más si el populoso barrio hiciera esquina con Manhattan), les será estimulante leer varios de los escritos que Carlos ha dedicado al tema de la intolerancia contra la comunidad evangélica/protestante de México.

Algunos de esos escritos se encuentran agrupados en un libro olvidado por los monsivaisólogos, quienes al intentar un recuento de los volúmenes escritos, prologados y traducidos por Monsiváis, han marginado una obra en la que específicamente el autor de Los rituales del caos arguye en favor de la denigrada minoría protestante. Nos referimos al libro Protestantismo, diversidad y tolerancia publicado por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos en el 2002. No existe referencia de ésta obra en la bibliografía del intelectual que Linda Egan enlista al final de su libro Carlos Monsiváis, cultura y crónica en el México Contemporáneo (Fondo de Cultura Económica, 2004). Tampoco hay noticia de ese libro en la extensa bibliohemerografía monsivaisiana incluida en el volumen El arte de la ironía, Carlos Monsivaís ante la crítica (UNAM-Ediciones Era, 2007), compilado por Mabel Moraña e Ignacio Sánchez Prado.

A partir de aquí, con base en dos “confesiones” públicas hechas por Carlos Monsiváis exploro el significado que tuvo para él, en su identificación con las causas de las minorías, el hecho de haberse desarrollado en el seno de una comunidad estigmatizada. En medio de esas “confesiones” me ocupo de distintos escritos y participaciones de Monsiváis donde documenta y denuncia la intolerancia religiosa padecida por los protestantes y otros grupos, como los Testigos de Jehová. Los dos momentos son distantes entre sí por cuatro décadas. El primer momento que elijo es el de su Autobiografía, publicada en 1966, cuando él tenía 28 años y de acuerdo a sus palabras no conocía Europa. El segundo es su discurso dado en ocasión de haber recibido el premio de la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara, el 25 de noviembre del 2006.(1)

En su Autobiografía, como ya hemos documentado en otros escritos de nuestra autoría, y que ahora solamente mencionamos sin ahondar en el tópico, Carlos Monsiváis brinda sólidas pistas sobre las implicaciones de formar parte de una disidencia religiosa perseguida simbólica y físicamente. Al afirmar “me correspondió nacer del lado de las minorías”, y dar un pormenorizado recuento de las derivaciones culturales de ese hecho, Monsiváis traza un perfil excepcional, el suyo, en el mundo intelectual mexicano. Considero que las evidencias aludidas no han sido bien aquilatadas, ni analizadas, por los muchos escritores, investigadores e intelectuales que se han ocupado de la extensa obra del autor de Días de guardar (cuya primera versión, de 1969, llevó por título el eco de un pasaje bíblico, Efesios 6:12, Principados y potestades).

En el discurso de Guadalajara regresa al significado de su formación “dentro de las reivindicaciones y temores de la minoría protestante”. Entre las reivindicaciones estaba, aunque todavía no así conceptualizado, el derecho a la diferencia en un contexto de hegemonía católica; la separación Estado-Iglesia(s), la vigencia del Estado laico y un anticlericalismo justificado por los excesos de las cúpulas eclesiásticas en la historia de México. Entre los temores contamos no tanto la invisibilización de la heterodoxia religiosa representada por el protestantismo, como el arrinconamiento persecutorio mediante linchamientos simbólicos y reales ante la indolencia de las autoridades encargadas de garantizar el libre ejercicio de las creencias.

En la muy considerable producción de Carlos Monsiváis sobre las agresiones a la minoría protestante, destacamos su crónica “La resurrección de Canoa”, sobre los terribles ataques perpetrados el 2 de febrero de 1990 por un enfebrecido grupo, que se auto identifica como guadalupano, contra 160 evangélicos en el Ajusco, “en la zona que corresponde a los pueblos de Xicalco y La Magdalena Petlacalco”, dentro de los límites de la ciudad de México. La crónica, con cambios estilísticos, la incluye su autor en El Estado laico y sus malquerientes (Debate-UNAM, 2008), y representa un testimonio crudo de la intolerancia que en los años finales del siglo XX todavía enfrentan los protestantes, y nada menos que en la capital de la República, no en pueblos alejados en el interior del país.




Es infatigable en su crítica al conservadurismo de la derecha. El reciente libro de Carlos Monsiváis, el ya mencionado El Estado laico y sus malquerientes, concentra en sus páginas la batalla histórica, cultural, semántica, moral y política que ha sostenido el escritor en su fructífera trayectoria contra los afanes de los nostálgicos del control de la vida pública por parte de la Iglesia católica.

Esta obra de Monsiváis debe ser leída junto con un volumen que le antecede, Las herencias ocultas de la Reforma liberal del siglo XIX (Debate, 2006). En este último su autor “reúne crónicas históricas sobre algunos de los liberales más notables (y radicales) de México en el siglo XIX”. La suya es una revaloración de reivindicaciones vividas cotidianamente en la nación contemporánea, pero cuyo conocimiento de sus orígenes históricos se ha ido diluyendo en la generalidad de la ciudadanía. Tanto por sus resultados como por las desiguales condiciones en que los liberales enfrentaron el autoritarismo político/eclesial católico, esa generación debe tenerse presente como parte aguas de una sociedad que se negaba a permanecer en el oscurantismo tutelado por el integrismo conservador.

La copiosa y admirable producción intelectual de Carlos Monsiváis es polifacética. Para pretender abarcarla hace falta un nutrido grupo de investigadores, conformado por especialistas en distintas materias como las del ancho abanico de intereses evidenciados en el corpus monsivaisiano. Tal vez la mayoría de lectores, y/o estudiosos de su vasta obra, le tengan presente como cuasi omnipresente cronista de la cultura popular y de los movimientos sociales a partir de 1968. Por otra parte es claro que a la par de los temas anteriores, Monsiváis ha dedicado páginas y páginas a dar cuenta de la diversificación de la sociedad mexicana en todos los terrenos. De la misma manera su lid ha estado del lado de la tolerancia, los derechos de las minorías, y una constante disección de los mecanismos conservadores que combaten a una y a otros.

La argumentación a favor del Estado laico, y en consecuencia los intentos regresivos de sus malquerientes, son motivos constantes en los trabajos y los días de Monsiváis. En los tópicos hay componentes de principios intelectuales, pero también realidades vividas que desde muy joven lo conformaron en un liberalismo acendrado. Al referirse a las convicciones de su adolescencia, dice Carlos en su Autobiografía de 1966: “Mi protestantismo duplicaba mi juarismo. Las leyes de Reforma [juarista, 1859-1860] independizaban a la sociedad mexicana de un clero al que jacobina y calvinista y justamente atribuía muy buena parte de los grandes males del país”.

En El Estado laico y sus malquerientes, es demoledora la crítica al clericalismo que pretende el sometimiento a la cúpula eclesiástica católica y sus puntos de vista que se autoproclaman con derecho a tutelar moralmente a una sociedad que hace mucho se independizo éticamente de la Mater et magistra. Es puntual en la obra el seguimiento a los despropósitos de obispos, arzobispos y cardenales que convenientemente olvidan la diversidad social, y aspiran a uncir al conjunto de los mexicanos a una visión de la realidad excluyente de quienes disienten de las aspiraciones clericales a gobernar mentes y corazones en pleno siglo XXI.

Carlos Monsiváis también exhibe los dichos y hechos de políticos, sobre todo del Partido Acción Nacional, que desde el arribo al poder en el sexenio de Vicente Fox y en lo que va del periodo de Felipe Calderón, se han significado por privilegiar las pretensiones de la casta dirigente católica. En lo esencial, esas pretensiones han sido frenadas por una sociedad civil que tiene internalizadas concepciones producto de la independencia ética gestada al amparo del Estado laico. En este sentido, tiene razón Carlos Monsiváis cuando hace notar que el conservadurismo foxista/calderonista, acompañado en la aventura por el clericalismo católico más intolerante de conspicuos purpurados, ha perdido sin ambages todas las batallas culturales por acotar o disminuir la pluralidad ideológica y conductual de la sociedad mexicana.

El Estado laico en México ha significado un alto a las pretensiones hegemónicas de la Iglesia católica, y garantía para las minorías cuyas creencias y prácticas distintas han podido asentarse e iniciar un largo proceso de visibilización social ante quienes les niegan sus derechos y señalan su perversidad al apartarse de las enseñanzas clericales. Lo sintetiza acertadamente Carlos Monsiváis, al recordar que “`Pensamos en generalidades –afirmó Alfred North Whitehead-, pero vivimos en el detalle.´ El laicismo es la generalidad que, en principio, permite acercarse al detalle del modo más libre posible, y por eso la nación en la globalidad, multirreligiosa, diversa, tolerante, sólo puede ser laica”.

En tiempos del conservadurismo gubernamental recalcitrante, y sus reiterados intentos por revertir el fondo común de garantías para todos que representa la vigencia del Estado laico, es de agradecer el ejercicio lúcido de Carlos Monsiváis en una obra que evidencia la cruzada de los malquerientes de la sociedad crecientemente informada, tolerante y diversa.

En distintos artículos y foros, Carlos Monsiváis ha descrito un proceso informativo, analítico y social que es la invisibilización de las minorías religiosas. Para tal ejercicio recurre, con frecuencia, a una referencia literaria, la novela de Ralph Ellison, Invisible Man. El no registrar la existencia de un grupo con raíces históricas en México, que datan de la segunda mitad del siglo XIX, y “borrar cognoscitivamente” su creciente presencia numérica, como en el caso del protestantismo, es un acabado ejemplo de invisibilización y negación de derechos a los peyorativamente llamados sectarios.

“Eso les pasa por andar metidos en las sectas”: tal parece es la posición que todavía subsiste en amplios sectores de la sociedad mexicana, para tratar de explicar los acosos y ataques padecidos por integrantes de confesiones distintas al catolicismo. Si bien es cierto que los hostigamientos y persecuciones contra las minorías religiosas en el país están lejos de ser actos generalizados, sí es preocupante que tengan lugar con cierta frecuencia y que las autoridades municipales, estatales y federales no actúen para frenar a los perseguidores.


1) Carlos Monsiváis, Las alusiones perdidas, Editorial Anagrama, Barcelona, 2007.

Carlos Mnez. Gª es sociólogo, escritor, e investigador del Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano.

Carlos Monsiváis, teología y fe. por Cervantes-Ortiz

24 de junio, 2010

¿Qué consecuencias tiene la teología, una disciplina las más de las veces
inaccesible a los mortales que no quisieran serlo?
¿Ha perdido fuerza o la ha reconcentrado? (1) C.M.



Carlos Monsiváis (1938-2010) fue durante su niñez y adolescencia un militante protestante que recibió una sólida formación bíblica que lo marcó para siempre. Nunca dejó la reflexión, así fuera sesgada y oblicua, sobre los temas religiosos, como una marca de indeleble de dicha militancia. Podría decirse que su obra está “salpicada” continuamente por la preocupación sobre la fe, la religión, el protestantismo y hasta la teología. Los epígrafes, frases, secciones y alusiones continuas a la Biblia, su conocimiento minucioso de la tradición liberal y, sobre todo, su pasión en la defensa por la laicidad, afloran a cada paso.




Él mismo da testimonio de sus lecturas desde su temprana autobiografía, publicada en 1966, a los 28 años, en la cual se aprecia, a diferencia de lo que sucede en la actualidad, el tipo de materiales que tuvo a su alcance y que, inevitablemente, hicieron de él un lector voraz y analítico:

En el Principio era el Verbo, y a continuación Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera tradujeron la Biblia, y acto seguido aprendí a leer. El mucho estudio aflicción es de la carne, y sin embargo la única característica de mi infancia fue la literatura: himnos conmovedores (“Cristo bendito, yo pobre niño, por tu cariño me allego a Ti, para rogarte humildemente tengas clemente piedad de mí”). Cultura puritana (“Instruye al niño en su carrera y aún cuando fuere viejo no se apartará de ella”), y libros ejemplares: (El progreso del peregrino de John Bunyan; En sus pasos o ¿Qué haría Jesús?; El Paraíso Perdido, La institución de la vida cristiana de Calvino, Bosquejo de dogmática de Kart Barth).(2)

Monsiváis retrató muy la educación religiosa que recibió, así como los típicos usos del aprendizaje bíblico, propios de la cultura evangélica de entonces, marcada por un biblicismo verdaderamente excesivo, sólo que, en su caso, el apego a la traducción bíblica mencionada tuvo un impacto literario extraordinario:

Mi verdadero lugar de formación fue la Escuela Dominical. Allí en el contacto semanal con quienes aceptaban y compartían mis creencias me dispuse a resistir el escarnio de una primaria oficial donde los niños católicos denostaban a la evidente minoría protestante, siempre representada por mí. Allí, en la Escuela Dominical, también aprendí versículos, muchos versículos de memoria y pude en dos segundos encontrar cualquier cita bíblica. El momento culminante de mi niñez ocurrió un Domingo de Ramos cuando recité, ida y vuelta a contrarreloj, todos los libros de la Biblia en un tiempo récord: Génesiséxodolevíticonúmerosdeuteronomio. (3)

A sabiendas de la distancia crítica que tuvo del ambiente religioso en que creció, varios entrevistadores/as trataron de “acorralarlo” para que confesara sus creencias, pero no lo consiguieron. En una de las más conocidas, a propósito de la reedición del Nuevo catecismo para indios remisos (1982, 1997), un libro en el que se mofa a placer de la visión dogmática de la vida, pero en el que se aprecia su profunda mirada religiosa,(4) Elena Poniatowska le preguntó:

¿Cuál fue tu catecismo de niño?
De niño no tuve catecismo por no ser católica mi formación. En todo caso, habré leído alguno de esos catecismos de la Historia Patria que abundaban en las librerías de viejo. Seguramente leí resúmenes de Guillermo Prieto, y en la secundaria intenté leer el de Roa Bárcena y fracasé. Ya en preparatoria leí, no sin morbo, el del Padre Ripalda.

¿Por qué fracasaste en ese aprendizaje de los catecismos?
Porque disponía de un gran equivalente, que rehuye la idea misma de catecismo, La Biblia, leída con cierta perseverancia desde que me acuerdo. Y porque había leído novelas de la formación ejemplar, The Pilgrim’s Progress (El progreso del peregrino), de John Bunyan, muy importante para mí. Pero exagero. Resumiendo, la Biblia fue la madre de todos los catecismos para mí, y el antídoto. […]

¿Te consideras un hombre religioso?
¿Qué te digo? Ni doctrinaria ni programáticamente religioso, pero en mis vínculos con la idea de justicia social, en mi apreciación de la música y de la literatura, y en mis reacciones ante la intolerancia, supongo que hay un fondo religioso. Ahora, tampoco me gusta describirme como una persona religiosa, porque la mayor parte de las veces se asocia lo religioso con el cumplimiento de una doctrina muy específica y no es mi caso, pero si lo religioso se extiende y tiene que ver con una visión del mundo, con los deberes sociales, con el sentido de trascendencia, pues sí sería religioso... Ahora que te lo dije me sentí en falta, porque ya lo que sigue es mi autocandidatura a la canonización y allí sí me detengo.
(5)

Esta defensa de su intimidad religiosa no le impidió nunca tomar partido por la reivindicación crítica del protestantismo, con el que parecía tener una relación de amor-odio, aunque su testimonio permanente fue de apego entrañable, sobre todo, a los himnos y las lecturas clásicas de ese ambiente. Poniatowska puso muy bien el dedo en la llaga del protestantismo de Monsiváis, con una pregunta obligada:

Carlos, tu Catecismo critica a la religión católica, ¿harías lo mismo con el protestantismo?
No critica a la religión católica. No pasa por la fe, pasa por el lado de la locura extendida en algunas creencias. En lo tocante a la religión, el pasmo es tan inmenso que me impide pronunciamientos, pero los desafueros a nombre de esas creencias me han resultado desde niño muy divertidos, y me propuse atender ese mundo no tan marginal, pero nunca central, de las creencias católicas en México y examinarlo a la luz de la sátira. En cuanto al protestantismo, el tipo de supersticiones que ha provocado es distinto al católico, pero no por ello deja de parecerme divertido. Lo que pasa es que me llevaría más tiempo, y no sé si hay el conocimiento suficiente de estos prejuicios para que el resultado no fuese una querella de gueto.
(6)

Otras dos entrevistas importantes se publicaron en la revista presbiteriana El Faro y en Proceso. En la primera, realizada por Luis Vázquez Buenfil, las preguntas son incisivas, pero él las respondió con demasiada brevedad, apuntando hacia el impacto vital de lo que experimentó en sus años formativos y su visión adulta colocada en su perspectiva de escritor:

¿Milita actualmente en alguna iglesia?
No. Yo soy cultural y musicalmente cristiano pero no tengo una relación activa con el credo.

¿Cómo fue que recibió esta formación?
Mi familia sí es muy protestante. Son muy militantes todos. Pero yo tuve más bien una enorme inclinación por la Biblia como literatura que sigo teniendo, y por la historia de las iglesias reformadas. Pero no tanto por la práctica cotidiana. Soy, al respecto, de un “cristianismo marginal”, no sé si así se pueda decir.

¿Esa herencia teológica, cultural, judeocristiana, le ayudó a descubrir la vocación como escritor?
No sé. Lo que es cierto es que, si tengo alguna influencia imperceptible en mi prosa, y si tengo prosa las dos cosas, es la Biblia de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera que fue, para mí, el libro más formativo. Después vinieron muchos otros, pero creo que ninguno me marcó tan categóricamente como la traducción de la Biblia de Reina y Cipriano de Valera. Por eso lamenté tanto la versión de 1960 que me parece, literariamente, muy inferior. […]
(7)

También externó la manera en que veía la función del protestantismo, compartida solamente por los espacios más abiertos de las iglesias, pues en los años 80, sobre todo, el triunfalismo de muchos grupos y, en los 90, su acceso irreflexivo a la política, era, para muchos desesperante, aunque él veía el carácter minoritario del protestantismo desde el plano estrictamente cultural y educativo:

La condición de minoría del protestantismo ¿le da una cierta ventaja o es más bien una desventaja?
Depende. Si no hay información, si no hay lecturas, se vuelve desventaja. Si hay información, si hay lecturas, si hay una solidificación cultural de la fe, es una gran ventaja. Pero desde la ignorancia, el fanatismo prende con rapidez y el fanatismo es una actitud muy desarmada.

En sus palabras, ¿en qué ha contribuido el protestantismo a México?
Bueno, ha contribuido en el aumento de la tolerancia, nada más por el hecho de su mera existencia. Si hay gente que persiste en ser distinto, eso contribuye a la diversificación, a la pluralidad y a una idea de diversidad respetuosa. Ha contribuido enormemente en el campo de la lectura. Esto ahora es menos visible, pero en la primera mitad del siglo, lo que fue la difusión de la Biblia, fue extraordinario desde el punto de vista de la lectura. Y ha contribuido con seres humanos excepcionales, desconocidos, anónimos, pero con una muy recia actitud moral. Ésas han sido, creo yo, básicamente sus contribuciones.

¿Sus debilidades?
La cerrazón fanática. El olvido del mundo por un criterio mesiánico. El conservadurismo es materia de costumbres y, algo que también me importa mucho, considerar que no pueden intervenir en la vida pública porque el protestantismo es una limitación. Ésas, para mí, son sus debilidades básicas. […]


No dejó, en ese momento, de reconocer la deuda con sus maestros, principalmente con Báez-Camargo, aunque no dejó de criticarlo: “Fue mi maestro de Escuela Dominical. También fue un personaje que luego se derechizó muchísimo y en el 68 tuvo una conducta terrible. Pero finalmente lo respeto y le debo, intelectualmente, muchísimo”.(8)

En la entrevista de Proceso, Rodrigo Vera también lo abordó en relación con su pasado religioso y en su respuesta se puede ver cómo procesó la marginación y el rechazo de que aún fue objeto, mediante un filtro cultural que hoy se echa tanto de menos en las comunidades, pues las lecturas y autores que alude son desconocidos para las nuevas generaciones evangélicas. Intolerancia, literatura e identidad se mezclaron en su horizonte de una forma extraordinariamente creativa:

Al respecto, ¿cuál es su formación?
Doctrinariamente, me formé en el más estricto protestantismo histórico, y por eso uno de mis primeros héroes fue el almirante Gaspar de Coligny, asesinado en la Noche de San Bartolomé, episodio que fue sin duda mi encuentro inaugural con el significado de la intolerancia. En materia de lecturas iniciáticas, además de la Biblia en la admirable versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, me acerqué a libros como El progreso del peregrino, de John Bunyan, o a biografías de John Wesley y William Penn. A eso le añadí un conocimiento muy directo del pentecostalismo. Pero lo anterior son datos privados, por así decirlo; mi formación genuina como protestante se la debo en gran medida a las percepciones externas, que situaban a las minorías religiosas en el espacio de lo ajeno, lo choteable, lo amenazante. Durante la primaria y la secundaria, no conseguí olvidar mi condición protestante porque los demás nunca lo hicieron y una de mis tareas importantes (aunque esto se me aclaró mucho después) fue rechazar la identidad que se me atribuía. Los integrantes de una minoría cultural se saben distintos, no sólo por sus creencias o conductas específicas, sino por el registro externo de esas creencias que, en el caso del protestantismo, describían una fe antinacional, ridiculizable y de mal gusto. En los años cuarenta y en los cincuenta ni existía ni se concebía la pluralidad. México era un país católico, guadalupano, priísta, mestizo, machista y formalmente laico.

¿Cuál fue su experiencia directa con la intolerancia religiosa?
Una muy aguda pero, por fortuna para mí, básicamente verbal y con agresiones mínimas. Por supuesto, en más de una ocasión no se me invitó a casas de compañeros porque el padre o la madre no auspiciaban el trato con heréticos y, también, me desconcertaba un tanto al llegar a casa de un compañero y ver el letrerito en la ventana: “En esta casa somos católicos y no aceptamos propaganda protestante”, lo que, aunque no existiese, me obligaba a cancelar mi proselitismo. Me acuerdo, una vez, en la secundaria, cuando la madre de un compañero, muy católica según me habían dicho, me preguntó: “¿Y qué hace tu familia los domingos?”. Intimidado, repliqué eludiendo la mención de los himnos y la Biblia: “Fíjese que nos dedicamos a la lectura y la vocalización”. Pero fuera de la Ciudad de México desaparecía esta tolerancia-por-abulia. Entre 1945 y 1953 o 54 aproximadamente, la jerarquía auspicia, y no muy discretamente, campañas de odio y persecución contra los protestantes, los proyanquis que traicionan a la nación que es apéndice sentimental de la Basílica. El hereje (el aleluya) era el descastado, el payaso… Todavía recuerdo una portada de Tiempo, el semanario de Martín Luis Guzmán, en 1952: “Contra el Evangelio, la Iglesia católica practica el genocidio”. […]
(9)

Además, veía claramente las diferencias entre el protestantismo de su época y el actual, sin falsa nostalgia ni apocalipticismo:

¿Cuáles son las diferencias más considerables entre el protestantismo de su infancia y el actual?
La fundamental: se ha normalizado, por así decirlo, la presencia del protestantismo mexicano que ya sólo en una porción mínima de casos depende del dinero estadunidense. No obstante los esfuerzos de la jerarquía católica y de los antropólogos marxistas especializados en la pureza de la Identidad Nacional, desapareció entre los protestantes, por lo menos perceptiblemente, ese sentimiento de culpa de no ser como la mayoría. En el universo plural que vivimos, el protestantismo es ya socialmente hablando opción legítima, salvo en las zonas con cacicazgos exterminadores o clero católico muy intolerante. Y en el protestantismo, también, se han reabierto espacios intelectuales cerrados por más de 40 años; hay historiadores de la calidad de Jean-Pierre Bastian y, algo decisivo, se canjea la gloria del martirologio por la defensa de los derechos humanos, y se exploran las posibilidades de intervención cívica. (Esto, no sin las típicas presunciones demagógicas de quienes se declaran representantes del conjunto.) La intolerancia persiste, pero ya, salvo casos muy específicos, el de San Juan Chamula sobre todo, no deja las profundas huellas psíquicas de antaño. Y los avances en materia de normalización de creencias son numerosos, y sólo falta desvanecer el ridículo que siempre se le endosa a las creencias ajenas.
(10)

A lo dicho hasta aquí hay que agregar su profundo conocimiento de la historia del país y los cruces de ésta con los avances de un protestantismo que, en su infancia y juventud era eminentemente liberal y juarista, para mayores señas. No hay que olvidar que Monsiváis colaboró también en un vasto proyecto, la Historia general de México (publicado por El Colegio de México), en donde se encargó de hacer la crónica cultural del periodo posrevolucionario. Así respondió a otra pregunta expresa sobre la reacción protestante ante la persecución:

En la década de los cincuenta no se concebía siquiera la noción de derechos humanos, y menos aplicada a las libertades religiosas. Existían en la Constitución, pero el asunto no le concernía a la izquierda por considerar a los protestantes “avanzada del imperialismo”, y el PRI era terriblemente prejuicioso. También, y esto es definitivo, la información era escasa o nula; un protestante lazado y arrastrado a cabeza de silla no era noticia, y sólo Tiempo, gracias al liberalismo consecuente de Guzmán, le dedicaba espacio al tema. Y fue muy débil la respuesta de los protestantes. Había una Comisión Nacional en Defensa del Evangelio (sic), que organizaba cada 21 de marzo una marcha y un mitin en el Hemiciclo a Juárez, pero no mucho más. Y lo que imperó, muy negativamente según creo, fue el amor por el martirologio, no al modo cristero, porque el pacifismo evangélico era a ultranza, pero sí con la fe en las potencias del suplicio propias del cristianismo primitivo. Y el resultado fue inequívoco: la Iglesia católica frenó el desarrollo del protestantismo persiguiéndolo y marginándolo a fondo. A esto luego se agregó, muy eficazmente, y con la ayuda de antropólogos marxistas, la imposición del término sectas, con su carga implícita y explícita de oscuridad, conjura, creencias satánicas. La campaña de exterminio borró mucho de lo obtenido en las primeras décadas del siglo, la incorporación de los protestantes a la vida pública (los ejemplos van de Pascual Orozco a Moisés Sáenz y Rubén Jaramillo), y por eso, en su mayoría los protestantes se consideraron sin así decirlo, expulsados de la nación, ciudadanos de tercera sin voz ni voto. Era devastadora la sensación de ajenidad y muchos, por comodidad, al casarse con gente católica mudaron de fe para integrarse socialmente. Otros renunciaron a sus convicciones porque un puesto público bien valía una misa. Y en cuanto a la ideología, los protestantes solían llegar hasta el juarismo, y no más. Esto hasta los años setenta, cuando inesperadamente para mí, comienza la expansión, sobre todo en el Sureste, del protestantismo y las confesiones para-protestantes. El crecimiento demográfico sobre todo derribó los muros de contención. (11)

La lucha protestante por la pluralidad, aun cuando fue bastante inconsciente, no la veía como parte del proceso más amplio de democratización del país, algo que a los propios evangélicos les ha costado entender, particularmente aquellos que niegan, por ejemplo, los espacios de liderazgo a las mujeres. Siempre advirtió los riesgos del retroceso en el papel del Estado laico ante los ataques de los jerarcas católicos de mentalidad decimonónica. Y lo mismo pensaba sobre los fundamentalismos evangélicos. Por eso, a la pregunta sobre las ventajas y desventajas del crecimiento evangélico, respondió así:

No asocio en lo mínimo el estallido de credos distintos al católico con la emergencia de la sociedad civil. Una cosa es el ansia de experiencias religiosas convincentes y otra el hartazgo ante el autoritarismo. No creo que haya algo equivalente a “la democratización confesional” y le tengo miedo a la manipulación política de la religiosidad, por las consecuencias lamentables tan a la vista. Ahora, sin ganas de contradecirme, veo muy positiva y, en momentos incluso admirable, la participación de los cristianos en la medida en que no quieran imponer dogmas ni eliminar las grandes conquistas de la pluralidad yla secularización. No creo, en las circunstancias actuales de México, en las ventajas de un partido católico o de uno protestante, pero estoy convencido de los beneficios de la intervención de los cristianos en la lucha democrática, aunque, en este orden de cosas, deploro la ausencia de críticas de las comunidades eclesiales de base a la intolerancia religiosa en Oaxaca, Chiapas y Nayarit, por ejemplo, y su timidez, por decir lo menos, en las cuestiones de bioética y asuntos tan urgentes como la despenalización del aborto y la difusión de medidas preventivas contra el sida. El fundamentalismo católico y el protestante son, por distintas vías, muy antidemocráticos, aunque el poder y sus consecuencias letales son asunto del fundamentalismo católico.

¿En qué medida el Estado y la Iglesia católica han auspiciado la expansión protestante?
Lo que auspicia el arraigo de la pluralidad es, por un lado, la Constitución de la República y su reconocimiento de la libertad de cultos y, por otro, la vida contemporánea y su rechazo de las exclusiones. Al Estado no le ha importado nunca la persecución a la disidencia religiosa, y si hoy, excepcionalmente se ocupa un tanto de las expulsiones en San Juan Chamula, es porque el fenómeno se da a la luz del EZLN y Chiapas, y porque, como sea, la tolerancia es un logro social. En cuanto a la contribución (involuntaria, desde luego) de la Iglesia católica, me interesaría saber por qué, luego de cinco siglos de conversión de un país, lanza audazmente la consigna de la nueva evangelización.
(12)

Y es que su crítica al papel del catolicismo en México era despiadada, motivo por el cual siempre fue mal visto por sus representantes. Se trata de una crítica incisiva a la falta de actualización y pertinencia de dicha tradición, al menos en nuestro país:

¿Percibe cambios en la religiosidad del pueblo de México? ¿La Iglesia católica perdió ya el monopolio de las “almas”? ¿Podría inclusive ser desplazado el guadalupanismo?
Sí percibo camhios, y enormes, en la religiosidad del pueblo de México. La mera coexistencia de credos es un hecho extraordinario, y la aceptación creciente o irreversible de la diversidad, también. ¿Quién ubica hoy seriamente a los protestantes como “herejes”, con todo y la carga de leña acarreada para la hoguera? ¿Quién, en rigor, describiría a un no-católico como “hijo de Satanás”? Y observo también el fenómeno, denunciado por los obispos católicos, del “ateísmo funcional” de 90% de los mexicanos. En materia religiosa, la tendencia es ser sinceros con las creencias, aunque en las clases adineradas declararse católico, y contribuir con poderosos donativos al Vaticano, es una compra del cielo de la respetabilidad y, si se puede, del cielo strictu sensu.
Nadie dispone ya del “monopolio de las almas”. Hay, sí, un catolicismo mayoritario, y un guadalupanismo profundo que no será desplazado. Pero este guadalupanismo, aun en las zonas de máxima intolerancia, se ve obligado a convivir con otros credos. Ya hoy, lo guadalupano no se sinónimo forzoso de lo mexicano, aunque sin lo guadalupano no se explica lo mexicano, sea esto lo que sea.
(13)

Mención aparte merece el libro que Monsiváis publicó al alimón con Carlos Martínez García, en donde hace una defensa enérgica del protestantismo y la laicidad. (14) Uno de sus textos más brillantes es “Acúsome, padre, de fomentar la tolerancia”, de donde extraemos esta muestra de diálogo religioso-teológico con la cultura mexicana (algo que en el ámbito católico actual solamente llevan a cabo Gabriel Zaid y Javier Sicilia) en un punto crítico:

Entre nosotros, el afán teocrático tarda en desaparecer y, todavía a principios del siglo XX ―léase la admirable descripción de Agustín Yáñez en Al filo del agua― retiene zonas del país, se opone con ira ―a veces armada― a la libertad de creencias, sojuzga desde el confesionario y niega las realidades del instinto en nombre de la moral. […]
En el siglo XX, la cultura patriarcal se bifurca. Por un lado, la Iglesia católica se jacta, no sin motivo, de su influencia sobre las mujeres, convencidas de su carácter de vestales de la tradición y de sus responsabilidades como correa transmisora de la fe (vigilar y castigar) y, por el otro, el Estado, o mejor, los gobernantes, no conciben la realidad de mujeres concretas, y sólo ven a las esclavas dóciles de la voluntad eclesiástica, a las beatas, a las solteronas.
(15)

Su apreciación del valor teológico de la poesía escrita por autores católicos del siglo pasado es una lección de rigor, pues conoció detalladamente su obra, de la cual no deja de reconocer sus virtudes aun cuando se enmarcan dentro de un conservadurismo inocultable:

Esta corriente es, creo, lo mejor de una cultura. “Antes ―afirma Octavio Paz― los católicos se aislaron… desde la mitad del siglo pasado [XIX] los católicos se automarginaron. Sólo los poetas como López Velarde ―tal vez nuestro mejor poeta― se atrevieron a ser católicos”. Y, también, se propusieron hermanar creencias y obra, y hacer estética a partir de los vislumbramientos de la fe. Además de López Velarde, es preciso mencionar a Alfredo Placencia, Francisco González de León, Carlos Pellicer y los hermanos Méndez Plancarte. Es el espacio de la Suave Patria, la emoción de la unidad de fe y vida (de sensaciones y vivencias) rescatada perennemente en el poema, la grandeza del idioma al servicio de la experiencia religiosa. (16)

En la misma línea de Zaid (en un ensayo memorable de 1989 (17) Monsiváis penetró con extrema solvencia en ese espacio religioso de producción cultural para reconocer las virtudes de una literatura que no es suficientemente conocida a pesar de que concentra mucho del espíritu de la época que la produjo, en términos de la búsqueda espiritual que contiene. No le fueron ajenos los vaivenes y contradicciones de estos autores en su lucha agónica por ser creyentes y escritores modernos.

Monsiváis nunca se asumió como teólogo y se lo expresó a Poniatowska, cuando ésta lo interrogó sobre la razón de no abordar “seriamente” la religión: “Porque no soy teólogo. Hasta ahora mi registro de la religión ha sido a través de la literatura y del rechazo a la intolerancia”. (18)

El artículo del cual procede el epígrafe de este texto es una muestra de la forma en que estuvo siempre atento a los desarrollos de la teología actual, pues aunque no suscribió las ideas de la teología latinoamericana, no por ello dejó de observarla con mirada crítica. En dicho artículo, formalmente una reseña del libro Teólogos católicos del siglo XX (2006), del dominico escocés Fergus Kerr, Monsiváis deja ver los nombres más conocidos por él: Karl Rahner, Edward Schillebeeckx, Hans Urs von Balthasar, Hans Küng, Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger, y agrega: “El exégeta de Kerr, R. R., Reno (en la revista First Things, mayo de 2007), desdeña a dos de los elegidos, Schillebeeckx y Küng, que le parecen más representativos que originales, y de ningún modo pensadores importantes, pero Kerr reivindica a la decena que ‘ha modificado el modo de pensar de la Iglesia’”.(19) Así resume su lectura general de la teología católica del siglo XX al trazar puentes con lo sucedido en México:

El rasgo definitorio del pensamiento católico de 1850 a 1950, según Kerr, es un argumento elaborado con eficacia, que declara el fracaso de todas las soluciones modernas, de Descartes a Locke, de Kant a Comte, de Rosseau a Stuart Mill, de Schleiermacher a Hegel, y, arguye en cambio la “solución perdurable” que viene de la estructura básica de la teoría tomista del conocimiento, y del recuento tomista de la naturaleza y la gracia.
Al llegar a este punto me detengo y vislumbro la historia de la teología en México. El tomismo, o lo que así se consideraba, y que muy sucintamente es la supremacía de la fe sobre la razón, y es también la interpretación de la Biblia sobre el significado espiritual, sojuzgó los seminarios y amplió casi por completo los debates, a solicitud de una jerarquía política y de la formación integrista de los que pasaban por eminencias. Se caracteriza esta etapa por "el miedo a la modernidad" y por la sucesión de estrategias que culminan con el Syllabus de los errores (1864), la encíclica de Pío Nono con su lista de "ismos perversos": el racionalismo, el liberalismo, el protestantismo, el socialismo y el comunismo. ¡Ah, y la masonería! Kerr niega que el Syllabus expresa el "miedo a la modernidad", pero Pío Nono se desatiende de la acusación y sostiene: "Cuando en la sociedad civil es desterrada la religión e imperan la libertad de conciencia, de cultos y de expresión, se pierde la verdadera idea de la justicia y el derecho”.[…]
Si se revisa algo del material ya cuantioso de la historia de la religión católica en América Latina, se verá cómo sin confrontación teológica alguna, el neotomismo se adueña de los seminarios y allí se traduce en rutina y llamados a la supresión de libertades. Luego, ya a partir de 1920 ó 1930, sin perder su sitio de honor, el neotomismo se diluye y lo sustituye la memorización estricta de la fe, sin Aristóteles de por medio; una reverencia mnemotécnica iniciada en los seminarios que se extiende en la sociedad y que, en varias regiones, afecta a círculos amplios y obliga a memorizar lo incomprensible: “Si se entiende no es verdad”.
(20)

Cualquier parecido con la realidad protestante actual no viene al caso mencionarla. La atención que Monsiváis le presta al escaso diálogo entre teología y cultura, le hace apuntar directamente sus dardos hacia la influencia verdadera de la teología en la fe de los creyentes:

Según Kerr, el fracaso mayor de "la Generación Heroica", la de los 10 teólogos a las que examina y consagra, no es un error o una serie de errores teológicos; su fracaso es cultural y hasta cierto punto inevitable, y radica en su soberbia o su impaciencia de pensamiento. Al interpretar así la fe, alega Kerr, perpetúan el mito según el cual el pensamiento católico del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX es "un desierto muy vasto de teología seca y polvosa, sin significado espiritual". No es tal cosa, sostiene el dominico, estos pensadores olvidan que la teología ´seca y polvosa´ ha formado a la sociedad en el rechazo de las herejías. Es una lástima, concluye, que gente tan eminente no haya entendido "la fe del carbonero" (la simpleza de espíritu que entiende de las razones del corazón), por centrarse en el matiz y reinventar la complejidad. […]
La modernidad (lo que ésta sea, como a ésta se le defina) queda situada como el enemigo, por las razones que la Iglesia católica juzga convenientes y que, teológicamente, son asuntos estrictos de los creyentes, pero cuya resonancia, al afectar a la sociedad en muy diversos asuntos, lleva a los enfrentamientos actuales porque la laicidad reivindica sus derechos, y la modernidad admite definiciones muy positivas.
(21)

Finalmente, en su participación en el congreso internacional ¿Es verdad que Dios ha muerto?, con la ponencia “Danos hoy nuestra teología cotidiana”. Monsiváis señaló: “La ‘privatización de la teología’ a cargo de los especialistas. ¿Cuántos están al tanto de lo que quiere decir ‘ataraxia’?, ideal supremo de felicidad que alcanza el alma después de calibrarse por la moderación en los placeres del cuerpo y el espíritu; ¿cuántos entienden el latín, mientras dura como lenguaje de las misas?; ¿cuántos saben de la dulía y la hiperdulía?, formas de culto por encima de todo; ¿cuántos lograrían definir el monofisismo?, doctrina según la cual todos los humanos provienen del matrimonio de Adán y Eva. La teología muy especializada nada puede contra un grabado de Doré”. (22) Para él, “la teología popular, término muy favorecido por la izquierda religiosa, era hasta hace poco una colección de relatos del asombro, mezclada con ventas de reliquias, exhibición de los rosarios del turismo religioso bendecidos por el Papa, o incluso empuñados con propósitos milagrosos ante la televisión en cualquiera de las visitas papales”.(23)

Fustigando a los teólogos, sobre todo católicos, por su escaso impacto en la fe colectiva, Monsiváis agregó que “la teología para deleite exclusivo de los teólogos –por lo menos de unos cuantos– pasa inadvertida; no hay libros de teología que aporten ideas y visiones filosóficas de conjunto que dialoguen con la comunidad de creyentes. Véase los libros más leídos de un largo periodo: El Catecismo del padre Jerónimo, de Ripalda; Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, hasta llegar a la Historia de la Iglesia, del padre Bravo Ugarte, y el enjambre de opúsculos, en especial los folletos todavía hoy repartidos por la jerarquía católica […]”.(24)

En este recorrido panorámico se puede apreciar que las incursiones teológico-religiosas de Monsiváis forman parte de su esfuerzo por abarcar una de las preocupaciones que nunca dejaron de provocarlo: el desenvolvimiento de la fe en sus variables individual y colectiva.(25) Quizá un buen cierre sea citar las palabras finales de la ponencia citada líneas arriba, otra muestra de su acceso constante a la teología contemporánea:

Para el teólogo católico alemán Johannes B. Metz, el defecto más serio en la teología moderna es su “privatización”, el envío de Dios y la religión al mundo subjetivo, interno de la persona. Para él, la gran tarea es “desprivatizar” la fe, liberar la religión de la subjetividad, exigirle a la teología que reclame su papel político, puesto que todo ser humano es homo religiosus y homo politicus, y separarlos es un acto antinatural que produce una suerte de esquizofrenia en el individuo, junto con la trivialización de la fe y dejar a la sociedad en manos de los más empedernidos buscadores del poder. Lo que Metz propone lo intenta cumplir la Teología de la Liberación, un movimiento hoy hecho a un lado por el conservadurismo dominante. […] (26)




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(1) C. Monsiváis, “Del miedo o el amor a la modernidad”, en El Universal, 13 de mayo de 2007, www.eluniversal.com.mx/editoriales/37561.html.
(2) Carlos Monsiváis, México, Empresas Editoriales, México, 1966 (Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos), pp. 13-14.
(3) Idem.
(4) Cf. C. Monsiváis, “El misterio (teológico) del cuarto cerrado”, en La Jornada Semanal, 22 de diciembre de 1996, www.jornada.unam.mx/1996/12/22/sem-monsivais.html. En la entrevista citada, Monsiváis dice lo siguiente sobre el Nuevo catecismo…: “Es un intento de glosar, de llevar a su consecuencia extrema la lógica de las supersticiones. En la Nueva España, por el modo en que se implantó la fe y por esa lenta asimilación de una creencia nueva en un medio tan salvajemente sometido, se produjo una cantidad enorme de supercherías, en sí mismas manicomiales. Y me atrajo la idea de llevar a sus consecuencias a fin de cuentas previsibles lo ya concebido desde la más vigorosa fantasía. Sé que es imposible contender con la fantasía desprendida de las creencias religiosas o equipararse a ella, pero el intento me absorbió un tiempo”.
(5) E. Poniatowska, “Los pecados de Carlos Monsiváis”, en La Jornada Semanal, 23 de febrero de 1997, www.jornada.unam.mx/1997/02/23/sem-monsivais.html.
(6) Idem.
(7) L. Vázquez Buenfil, “El protestantismo ha hecho progresos, pero todavía tiene zonas conservadoras, sostiene el escritor Carlos Monsiváis”, en El Faro, mayo-junio de 1994, pp. 81-83.
(8) Idem.
(9) Rodrigo Vera, “Monsiváis, protestante de raíz familiar: ´Serlo es ya una opción social legítima, salvo en zonas con cacicazgos exterminadores o clero católico muy intolerante", en Proceso, núm. 1018, 6 de mayo de 1996, pp. 24-25. Énfasis agregado.
(10) Idem.
(11) Idem.
(12) Idem.
(13) Idem. Otra entrevista muy interesante en cuanto a lo que aporta sobre la manera en que Monsiváis valora el protestantismo actual es “La fe de Monsiváis”, publicada en http://navegandoporlafe.blogspot.com/2009/12/la-fe-de-monsivais.html, donde, entre otras cosas, se expresó así acerca del ecumenismo en México: “No le veo el menor sentido al ecumenismo. Se planteó, sobre todo, bajo el influjo de la teología de la liberación como una manera de un grupo de pastores radicalizados hacia la izquierda de encontrar el enlace con las Comunidades Eclesiales de Base. Me parece que fue un disparate. Porque el catolicismo mexicano tal y como lo predican y ejercen sus líderes es intolerante, se niega al ecumenismo, y sólo habla de las iglesias históricas en la medida en que se convencen de que no tienen aumento demográfico. Es feroz su oposición a los protestantes que no están clasificados como incapaces de gran desarrollo demográfico. […] El señor Cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Iñiguez dijo, textualmente: “Se necesita no tener madre para ser protestante”. ¿De qué ecumenismo se nos está hablando? Creo que lo que importa es el respeto a la diversidad, el multiculturalismo al que tenemos acceso. Y mientras haya esa intransigencia tal y como lo ejemplifica mejor que nadie el Papa Juan Pablo II, hablar del ecumenismo es hablar de una rendición que, por otra parte, sólo merece de la mayoría católica puntapiés. Pensar en el ecumenismo cuando hay una burocracia de seis millones de personas, que es la que maneja la iglesia católica, es suponer que esa burocracia está dispuesta a alianzas o a entendimientos o a actitudes de tolerancia, cuando una burocracia no tiene esos respiraderos; una burocracia procede implacablemente porque está en su naturaleza actuar así. Yo no sé de qué me hablan cuando me dicen ecumenismo”.
(14) C. Monsiváis y C. Martínez García, Protestantismo, diversidad y tolerancia. México, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, 2002, descargable: www.cndh.org.mx/publica/libreria/Protestantismo.pdf.
(15) Ibid., p. 37. Esta ponencia se publicó primero en El Nacional, 17 de junio de 1993, pp. 9-10.
(16) Ibid., p. 41.
(17) G. Zaid, “Muerte y resurrección de la cultura católica”, en Vuelta, núm. 156, 26 de noviembre de 1989, www.letraslibres.com/pdf/2820.pdf.
(18) E. Poniatowska, op. cit.
(19) C. Monsiváis, “Del miedo o el amor…”.
(20) Idem.
(21) Idem.
(22) Arturo Jiménez, “La insistencia mediática debilita las religiones, no las fortalece: Monsiváis”, en La Jornada, 12 de octubre de 2008, www.jornada.unam.mx/2008/10/12/index.php?section=cultura&article=a08n1cul.
(23) Idem.
(24) Idem.
(25) Prueba de su interés en este tema es la colaboración de Monsiváis en el volumen colectivo Ateologías, coordinado por Benjamín Mayer Foulkes (México, Conaculta, 2006).
(26) C. Monsiváis, “Acúsome…”, p. 43.

Cervantes-Ortiz es escritor, médico, teólogo y poeta mexicano.

domingo, febrero 15, 2009

Larry Norman y `la música del diablo´

Las palabras de Lutero a Zwinglio, “¿Por qué el diablo ha de tener la buena música?”, inspiraron un rock´n´roll a Larry Norman (1947-2008), que ahora toca en la banda del Rey. Como decía en el titulo de uno de los discos que hizo con el productor de losBeatles, George Martin, para la Metro Goldwyn Mayer a principios de los setenta, él estaba “Sólo de visita en este planeta”. Se marchó el 24 de febrero de un ataque al corazón en Salem (Oregón, EE.UU.). Llevaba ya mucho tiempo enfermo, veía que sus “heridas aumentaban” y “tenía problemas para respirar”, pero en sus últimas palabras dice que estaba “listo para volar a casa”, y repetía los versos de una de sus canciones: 



Adiós, me despido, nos veremos de nuevo 
En algún lugar más allá del cielo 
Oro para que estés con Dios 
Adiós, amigos míos, adiós

Es como si toda su vida estuviera esperando ese día. Parece que Larry nunca se sintió cómodo en este mundo. Siempre controvertido y criticado por todos. Cuando estaba con el grupo People en la segunda mitad de los sesenta, telonero de los Doors y Jimmi Hendrix, sus compañeros no compartían su fe cristiana, pero el mundo evangélico le miraba con sospecha. Aunque se había criado con una familia cristiana en San Francisco (California) y acompañaba a menudo su padre a visitas misioneras en hospitales y prisiones, escuchaba a Elvis Presley y empezó a vestirse como un hippy, llevando siempre una larga melena rubia, 

LA REVOLUCIÓN POR JESÚS 
Para la generación de los beatnik en los años cincuentaParís tenía la filosofía, Nueva York el jazz, y San Francisco la poesía. Las canciones de Larry eran al principio muy poéticas. Lo que pasa es que en la lírica beat siempre se ha hablado de todo. Tiene comentarios socio-políticos (The Great American Novel), críticas a la comercialización del periodismo de guerra (I Am The Six-O-Clock News) y reflexiones sobre la alienación (Lonely By Myself), a la vez que atrevidas declaraciones de fe, comoNecesitamos muchos más de Jesús y mucho menos rock´n´roll, críticas al amor libre (Pardon Me)el ocultismo (Forget Your Hexagram) y la hipocresía religiosa (Right Here In America). 

Norman estaba influenciado por la contracultura que dio lugar a “la generación de las flores”pero su pensamiento evangélico era algo también extraño para ellos: “Yo nunca intenté ser revolucionario; no estaba tanto en contra de cosas como la guerra del Vietnam, porque la guerra matara gente, ya que en un momento dado, todos tenemos que morir; yo quería que la gente conociera a Cristo”. Es ese impulso misionero el que dió lugar a la Gente de Jesús, el movimiento californiano que llevó a muchos jóvenes de trasfondo hippy a la fe cristiana, a principios de los años setenta. Personas como Larry, lo que hacían era tomar el lenguaje de los jóvenes, para comunicar la fe cristiana. Hablaban de la Revolución por Jesús y levantaban la mano con el dedo hacia arriba, indicando que sólo hay un camino de salvación. 

Este fenómeno social de la Costa Oeste norteamericana va a ser difundido por todos los medios de comunicación. Las imágenes de cientos de jóvenes de aspecto hippy, bautizándose en las playas de los cañones de California, recorren todo el mundo. El movimiento evangélico no tardó en utilizar su lenguaje para presentar el Evangelio, aunque también se explotó comercialmente para hacer posters,camisetas y musicales como Jesucristo Superstar Godspell. Muchos de aquellos jóvenes llegaron a ser miembros de iglesias evangélicas, como parte del movimiento carismático, pero de aquí también nacieron sectas como Los Niños de Dios La Familia Manson. 

¿ROCK CRISTIANO? 
Otras de las cosas que produce la Revolución por Jesús es un cambio en la expresión musical de muchos jóvenes cristianos. Hasta ahora el rock era la música del diablo. Las iglesias tradicionales sólo apreciaban los himnos, y el movimiento carismático tenía unos coros más breves, pero su carácter melódico tenía más que ver con la música popular de generaciones pasadas, que con el ritmo del rock. Esto era así, tanto en las iglesias blancas como en la población afroamericana, aferrada a la tradición gospel de los espirituales negros. A finales de los años setenta, no es que se escuche rock en las iglesias, pero deja de ser tabú que los jóvenes aprecien este tipo de música, siempre que sea hecha por músicos cristianos. 

Nace así el llamado Rock de Jesús con toda una serie de festivales y una industria incipiente con productoras de discos, apoyadas por radios, revistas y giras de conciertos por todo el mundo. Esta comercialización sorprende al principio a músicos como Larry Norman, que no acabó de encajar del todo en el mundo de la llamada música cristiana contemporánea. Es cierto que se benefició de ella, pero no logró permanecer en sus sellos discográficos, porque enseguida formó su propia casa y sus álbumes eran rechazados sistemáticamente por el mercado religioso. Su carácter inestable le hacía alguien impredecible para un público cristiano, que esperaba la sonrisa de un “nacido de nuevo” y canciones sencillas, que se entendían claramente de que hablaban y casi siempre se referían a Jesús. 

No hay nada comparable sin embargo en el mundo cristiano, a la música que hizo Larry Norman en los años setenta. Sus maravillosas canciones y extraordinaria creatividad, muestran una genialidad hoy en día apreciada por todo tipo de músicos, como Frank Black de los Pixies, que actuó incluso en su último conciertoMás de trescientos artistas han grabado canciones suyas. Es difícil encontrar en la música popular una obra inspirada por la fe cristiana, que sea tan completa como su trilogía sobre la redención, que abarca desde la Caída (So Long Ago The Garden, 1972al presente (Only Visiting This Planet, 1973y el futuro (In Another Land, 1976)

EN OTRA TIERRA 
 
Larry tenía muy pocos amigos. En parte por sus propios errores. Hay cosas en su vida totalmente injustificables. El llevó a la fe al guitarrista Randy Stonehill, que ayudó a recuperarse de la droga y se convirtió en su amigo íntimo. Su relación se rompió cuando Larry se divorcia de su mujer, para casarse con la esposa de Stonehill. Algo que muchos nunca le perdonaron. Aunque Randy se reconcilió con él, al final de su vida. Hasta el último día estuvo bajo el cuidado de su hermano, porque los últimos años no podía tocar ya, y sufría las consecuencias del injusto sistema sanitario norteamericano, teniendo que depender de la caridad de conocidos y amigos, porque no podía pagar las deudas de los hospitales. 

Su preocupación por el dinero se une en los últimos años a la conocida obsesión americana por querellarse con todos. Comenzó persiguiendo las muchas grabaciones piratasque había de sus conciertos, pero acabó reclamando sus derechos a todo el mundo. Las malas lenguas decía que se había querellado hasta con su propia madre, cosa que él mismo negó recientemente. Lo cierto es que los últimos años estuvo persiguiendo el documental que hizo David Di Sabatino sobre Lonnie Frisbee, mostrando su doble vida homosexual, mientras estuvo en el ministerio de las tres principales iglesias de la Gente de Jesús. Retiró sus canciones de la banda sonora original, pero se presentaba en todas las proyecciones, acompañado de su abogado. Larry fue siempre un provocador nato. Le encantaba asustar a la gente. 

La primera vez que le ví fue en 1981, cuando apareció por sorpresa con el grupo U2, en un festival cristiano que había en Inglaterra, llamado Greenbelt. La última vez fue en 1989, en un multitudinario festival que organizaba en aquella época Juventud Para Cristo en Holanda. Tuvo una agitada rueda de prensa, donde cortaba una y otra vez a los periodistas con comentarios como que no quería contestar a preguntas religiosas, mientras contaba con todo tipo de detalle el accidente de avión que había tenido. 

Luego me concedió una entrevista para un diario nacional neerlandés, para el que yo escribía. La hicimos al aire libre. Todavía le recuerdo señalando al cielo, mientras decía la palabra luna en español, recordando a su hija, mientras mi esposa le hacía unas preciosas fotos en blanco y negro. Hoy está más arriba del cielo…

José de Segovia es periodista, teólogo y pastor en Madrid

viernes, agosto 08, 2008

La apologética de C.S. Lewi

 
C.S. Lewis y Narnia (4)
José de Segovia


C. S. Lewis (1898-1963) defendió el carácter sobrenatural del cristianismo en una época en que no era ni social, ni intelectualmente aceptable. La filosofía que dominaba entonces en Oxford era una especie de idealismo, totalmente opuesto a la fe cristiana, incluso dentro de la misma teología. Según recuerda Chesterton en su Autobiografía, “de toda la confusión de herejías inconsistentes e incompatibles, la única herejía imperdonable era la ortodoxia”. ¿Cómo pudo sin embargo tal “hereje” publicar sus libros en las editoriales más prestigiosas y ser continuamente invitado a dar charlas, incluso en la BBC? La explicación está posiblemente en el propio carácter de su apologética…



Libros como Cristianismo esencial o El problema del dolor iban dirigidos a un público lo más amplio posible. Por lo que se esforzaba en evitar cualquier término teológico, citando pocas veces la Escritura. Pero aunque su lenguaje es popular, lo último que se puede decir de su obra es que es superficial. Ya que su claridad no está reñida con la profundidad. ¿Cómo presenta entonces Lewis el cristianismo?

CRISTO ES LA RESPUESTA, PERO ¿CUÁL ES LA PREGUNTA?
Para Lewis era fundamental recobrar el sentido del pecado. El pensaba por eso que había que dirigirse a la gente decente, que está orgullosa de sí misma, porque no robaba ni mataba, y mostrarle su orgullo, avaricia y envidia. Esa fue una de las mayores críticas que le hicieron por sus Cartas de un diablo a su sobrino, el hecho de que en un tiempo de guerra y nazismo, no hablara más que glotonería, egoísmo y orgullo espiritual. Pero en esto Lewis era más sabio que sus críticos...

“No importa lo leves que puedan ser sus faltas, con tal de que su efecto acumulativo sea empujar al hombre lejos de la luz y hacia el interior de la Nada. El asesinato no es mejor que la baraja para lograr ese fin, si la baraja es suficiente para lograr este fin. De hecho, el camino más seguro hacia el infierno es el gradual, la suave ladera, blanda bajo el pie, sin giros bruscos, sin mojones, sin señalizaciones”…

Esto es sin duda algo que los cristianos debiéramos aprender de su apologética y todo predicador debiera practicar. Ya que no hace falta buscar el pecado en los titulares de los periódicos, cuando está en tu propio corazón.

Como hacía Francis Schaeffer: si tenía diez minutos para hablar con alguien sobre el Evangelio en un tren, utilizaba ocho para hablarle del problema y sólo dos de la respuesta. ¿Por qué? Porque ¿de qué me sirve saber cuál es la respuesta, si no sé cuál es la pregunta?

EL CRISTIANISMO ES SOBRENATURAL, O NO ES NADA
Una de las críticas más demoledoras que encontramos en sus ensayos es la que hace al racionalismo teológico. Su respuesta a la crítica bíblica alemana es que intenta desmitificar el contenido de los Evangelios, sin saber siquiera lo qué es un mito. Por ello ataca a Bultmann en su propio terreno: la crítica literaria: “Si me dice que algo de un Evangelio es una leyenda o un romance, quiero saber cuántos leyendas y romances ha leído, cómo de bien ha sido formado su paladar para detectarlas por el sabor: no cuantos años se ha pasado con este Evangelio.”



Según Lewis, estos críticos quieren que creamos lo que ellos pueden leer entre líneas, cuando son incapaces siquiera de leer lo que dicen las líneas. Intentar predicar un cristianismo que niega los milagros, produce religiosos o ateos, pero nunca cristianos. Particularmente sutil es por eso la sátira que hace del protestante liberal que va camino del Infierno en el autobús de El gran divorcio. Ya que en esta historia llena de inteligentes imágenes y fina ironía, hay un pastor que va allí a dar una conferencia ¡sobre cómo hubiera evolucionado la teología de Jesús, si hubiera vivido más tiempo!

Es por eso importante entender, como dice Lewis en su discurso inaugural, al ser hecho profesor de Cambridge, que “un hombre post-cristiano no es un pagano”. Eso sería “como pensar que una mujer casada recobra su virginidad al divorciarse”. El entendió que el mundo post-cristiano no es simplemente una vuelta al paganismo. Si desconoce el auténtico sentido de pecado, verdad o Dios, no es por ignorancia, sino todo lo contrario…

EL PESO DE LA GLORIA
La actualidad de Lewis no reside sin embargo en su capacidad profética para darnos los claves de lo que luego va a ser la post-modernidad, sino en su apelación a las realidades eternas. Otro famoso converso del siglo pasado, el periodista inglés Malcom Muggeridge, dijo: “La Madre Teresa nunca lee un periódico, nunca ve la televisión y nunca escucha la radio; por eso tiene bastante idea de lo que pasa en este mundo”…

Lewis tenía fama de no leer nunca un periódico. Sin embargo sabía muy bien lo que pasaba en el mundo, porque conocía su corazón. Mientras los medios de comunicación de masas se concentran en lo efímero y transitorio, nosotros deberíamos poner la mira en las realidades eternas. Lewis entendió que es así cómo los individuos y las sociedades se alejan de Dios. ¡No perdamos de vista por eso “el peso de la gloria”!

Obras como Cristianismo esencial han sido instrumentales para la conversión de muchas personas. Hombres como Colson, el antiguo consejero de Nixon, dice que tuvo por primera vez convicción de pecado, al leer este libro en la cárcel, donde estaba cumpliendo la pena por el escándalo Watergate. El promotor del polémico espectáculo de desnudos de los años sesenta, ¡Oh, Calcuta!, estudió con Lewis en Oxford y se sintió siempre perseguido por su Dios, aunque nunca llegó a convertirse.


Y pensadores evangélicos como Francis Schaeffer, han construido toda su apologética, inspirados por la obra de Lewis. Así que con las palabras que el mismo escribiera para el funeral de Dorothy Sayers, ¡demos gracias por él, “al Autor que le inventó”!


José de Segovia es periodista, teólogo y pastor en Madrid

La fe cristiana de C. S. Lewis

C. S. Lewis y Narnia (3)
José de Segovia


El autor de Crónicas de Narnia, C. S. Lewis (1898-1963) es reivindicado hoy por diferentes sectores del cristianismo ortodoxo como el mayor defensor de la fe cristiana. Este escritor protestante del Ulster era un ateo convencido cuando llegó a la Universidad de Oxford, pero se convirtió por medio del católico J. R. R. Tolkien en un ferviente creyente, aunque nunca dejó de ser anglicano. Hoy muchos le consideran como el paradigma del cristianismo evangélico. Para otros sin embargo es el principal pensador con el que cuentan muchos movimientos católicos conservadores. Pero ¿cuál era realmente su teología?




Antes de nada, tenemos que darnos cuenta que Lewis no era teólogo, ni tenía educación teológica. Por lo que no es fácil ver en su obra una teología sistemática. Sin embargo algunas de las críticas que ha recibido, tanto del campo liberal como del fundamentalismo evangélico, ignoran a menudo este hecho. En su prefacio a su Cristianismo esencial, dice que su intención es concentrarse en las doctrinas básicas de la fe cristiana, independientemente de las diferencias entre una y otra iglesia:

“Los asuntos que dividen a los cristianos a menudo tienen que ver con puntos de teología avanzada o aún de historia eclesiástica, cosas que nunca deberían ser tratadas sino por verdaderos expertos. Tales aguas son demasiado profundas para mí; en ellas tengo más necesidad de ser ayudado, que capacidad para prestar ayuda.”

Así en El problema del dolor, advierte a “todo teólogo que lea estas páginas”, que “notará fácilmente que constituyen la obra de un laico y de un aficionado”. Pero aunque Lewis no era teólogo, le gustaba la teología. Y como todo cristiano, tenía una teología: “En cuanto a mis propias creencias, no existe secreto alguno, como decía mi tío Toby, “están escritas en el Libro de Oración Común”, un texto anglicano que presenta una teología clásica protestante. Lo que veía era la necesidad de traducir la doctrina cristiana a un lenguaje normal.

Lewis prefería leer siempre sólidas obras de teología, a libros populares sobre el cristianismo. No usaba por eso mucha literatura devocional, aunque le gustaba la combinación de ambos aspectos en autores puritanos de los siglos XVI y XVII, como Richard Hooker. “A menudo tiendo a encontrar los libros doctrinales mucho más útiles para uso devocional, que los libros devocionales”, escribe en su prefacio a La encarnación de la Palabra de Dios de Atanasio: “El corazón canta libremente cuando te adentras con esfuerzo en un texto difícil de teología, con la pipa entre los dientes y un lápiz en la mano”.

LAS ESCRITURAS
Respecto a la Biblia, se ha dicho siempre que Lewis no era nada conservador. Ya que creía que el Antiguo Testamento contenía “elementos fabulosos”, como los relatos de Noé o Jonás, aunque consideraba las crónicas de la corte de David tan fidedignas como la historia de Luis XIV. Pero la
verdad es que apreciaba más el Nuevo Testamento, ya que para él, “contiene principalmente enseñanza, no narrativa”. Pero cuando hay narrativa, era en su opinión, “histórica”.



Es interesante que lo único que escribió sobre el Antiguo Testamento es un libro Reflexiones sobre los Salmos. Particularmente desafortunadas son las que dedica a los Salmos imprecatorios (aquellos en los que David pide el juicio y castigo de Dios para sus enemigos), pero en general anima a leer el Antiguo Testamento. Ya que “continua descubriendo, cada vez más, cuántas veces es citado en el Nuevo Testamento; cómo constantemente nuestro Señor repite, refuerza, continua, refuerza y sublima la ética judía, y cómo rara vez introduce una novedad”.

En esto Lewis no sería diferente a muchos evangélicos. Así que es básicamente un cristiano neo-testamentario, que estaría de acuerdo con Dorothy Sayers, en que “si te aferras a los Evangelios y los Credos, no puedes equivocarte mucho”…

LA PERSONA DE CRISTO
Si hay algo central en la apologética de Lewis, ésa es su afirmación de la deidad de Cristo. Uno de sus temas comunes a lo largo de toda su obra, es su ataque a la idea de que Jesús pudiera ser simplemente un maestro de ética o un modelo de ejemplo moral. Por lo que se ha convertido ya en un tópico su frase de que si consideramos lo que Jesús ha dicho y hecho, tenemos que concluir que sólo podía ser un lunático, un mentiroso, o quién decía ser: Dios mismo. Este argumento, tan repetido en la literatura evangélica, lo explica así en una de sus cartas:
“Pienso que la gran dificultad es ésta: si no era Dios, ¿quién o qué era? En Mateo 28:19 encontramos ya la formula bautismal: “En el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo” ¿Quién es este “Hijo”? ¿Es el Espíritu Santo un hombre? Si no es así, ¿es un hombre quien “le envía”? (ver Juan 15:26). En Colosenses 1:17 Cristo es “antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”. ¿Qué clase de hombre es éste?”
“Dejo a un lado la referencia obvia al principio del Evangelio de Juan. Tomemos algo menos evidente. Cuando llora sobre Jerusalén (Mateo 23), ¿por qué dice de repente (v. 34) “yo os envío profetas y sabios”? ¿Quién podría decir eso, excepto Dios o un lunático? ¿Quién es este hombre que va perdonando pecados? Y ¿qué acerca de Marcos 2:18-19? ¿Qué hombre puede anunciar, que simplemente porque él está presente, se acabaron actos de penitencia, como el ayuno? ¿Quién puede dar al colegio la mitad de las vacaciones, sino el director?”

EL CAMINO DE SALVACIÓN
Se observa a menudo que Lewis dice muy poco acerca de la justificación por la fe. Esto es algo evidente. Pero conviene recordar que Lewis no es un evangelista, sino un apologista. El creía que la salvación es únicamente posible a través de Cristo. Más aún, su argumento es que la redención es solamente posible por medio de la cruz. Pero no llega a establecer la perspectiva penal de la expiación. Lo explica así en su Cristianismo esencial:
“La creencia central cristiana es que la muerte de Cristo en cierta forma nos reconcilió con Dios, y nos dio la oportunidad de empezar de nuevo”. A continuación muestra cómo los cristianos no están de acuerdo en cuanto al significado de la cruz. Pero utilizando una analogía, explica cómo podemos alimentarnos al comer, sin conocer las diferentes teorías de nutrición. Ya que “un hombre puede aceptar lo que Cristo ha hecho, sin saber cómo es que tal cosa opera”.

NUESTRO DESTINO ETERNO
Tal y como ha apuntado un teólogo como Packer, que no es precisamente entusiasta de Lewis, una de sus mayores aportaciones ha sido su visión del Cielo, como lugar de todo valor y contentamiento. “Si leemos la Historia, veremos que los cristianos que más hicieron por el mundo presente, fueron precisamente los que más se ocuparon del venidero”, escribe en su Cristianismo esencial. “Es desde que los cristianos han dejado de pensar en el otro mundo, que han llegado a ser infelices en éste”. Por lo que: “¡Aspiren al Cielo! Y obtendrán la tierra “por añadidura” ¡Aspiren a la tierra, y no tendrán ni lo uno, ni lo otro”, dice Lewis.



Está claro también que Lewis no es ningún universalista. Sobre el infierno escribe: “No hay doctrina alguna que con mayor gusto eliminaría yo del cristianismo, si ello dependiera de mí. Pero cuenta con el pleno respaldo de la Escritura, y especialmente de las propias palabras de nuestro Señor; además, siempre ha sido sostenida por la cristiandad, y finalmente cuenta con el apoyo de la razón.”
“A la larga, la respuesta a todos aquellos que objetan la doctrina del infierno, se reduce en su sola pregunta”, para Lewis: “¿Qué le está usted pidiendo a Dios que haga? Lavar a toda costa sus antiguos pecados, darle la oportunidad de comenzar de nuevo, aminorar toda dificultad y ofrecerle una ayuda milagrosa…” Pues “eso es lo que Él ya ha hecho en el Calvario”. ¿Cuál es entonces el problema?, se pregunta Lewis: ¿Perdonarlos? Ellos no quieren ser perdonados. ¿Abandonarlos? ¡Ay, mucho me temo que eso es lo que Él hace”, escribe en El problema del dolor.

¿CRISTIANO O EVANGÉLICO?
Así que aparte de su peculiar visión del Antiguo Testamento, podemos concluir que no hay ningún evangélico que pueda tener problema en llamarle “hermano”. Otra cosa es que fuera evangélico… Es innegable que, por lo menos en la última parte de su vida, nos sorprende leer cómo se confesaba a sacerdotes, oraba por los muertos y hasta creía en alguna forma de Purgatorio. Esta última idea hace particularmente terrible el drama de la muerte de su mujer. Por lo que escribe en medio de su dolor:
“Y ¿cómo puedo saber que sus angustias pasaron? Antes nunca creía –o lo consideraba muy improbable-, que el alma más colmada de fe pudiera zambullirse en la perfección y en la paz, cuando el estertor de la muerte le estuviera rechinando en la garganta. Sería un espejismo redomado edificar ahora tal creencia.”

Hay dos cosas que debemos tener en cuenta al tratar los errores de Lewis. Primero, el hecho de que su obra se centra en la exposición de las doctrinas básicas de la fe cristiana. Por lo que no enseña la confesión, el Purgatorio o las oraciones por los muertos, ya que no las considera esenciales para la fe. En segundo lugar, Lewis compara en su Cristianismo esencial a la Iglesia a una casa con muchas habitaciones, y nos recomienda:
“Cuando hayas escogido tu propia habitación, sé amable con quienes han escogido diferentes puertas, y con quienes aún permanecen en el salón de espera. Si se han equivocado, necesitan de tus oraciones mucho más; si son enemigos tuyos, tienes la obligación de orar por ellos. Esta es una de las reglas comunes de la casa.”

Así que respecto a las doctrinas fundamentales –la Trinidad, la Deidad de Cristo, la salvación por su muerte y la realidad eternal del Cielo y el infierno-, Lewis tiene una posición claramente conservadora. Por lo que sus diferencias con la fe evangélica se refieren más bien a aspectos no esenciales de la fe cristiana. Lo importante de su obra no es además su teología, sino una apologética razonable e imaginativa, sobre la que los evangélicos tenemos todavía mucho que aprender.

José de Segovia es periodista, teólogo y pastor en Madrid

Regreso a Narnia

 C.S. Lewis y Narnia (2)

El Príncipe Caspian no es el título que C. S. Lewis quiso darle a su obra, ya que fue su editor el que insistió en llamar así la segunda novela de Crónicas de Narnia; es de hecho el único libro que lleva subtitulo de toda la serie: Regreso a Narnia. Él decía que los protagonistas de esta historia eran los niños, Atraídos a Narnia, como tituló el manuscrito que al principio llamó Un cuerno en Narnia. En una carta a una niña, C. S. Lewis dice en 1961 que El Príncipe Caspian (1951) trata sobre la necesidad de “restauración de la religión verdadera, tras su corrupción”. ¿Cuántos de los espectadores de la película, que ahora se proyecta en los cines de todo el mundo, llegarían a esa conclusión?



Cuando uno lee frases como ésta de Lewis, uno tiene la tentación de hacer una lectura alegórica de toda su obra. Lo cierto es que aunque hay elementos cristianos en el mundo de Narnia, no fue esa su intención al principio, ni siquiera al escribir El león, la bruja y el armario (1950), con la historia de Aslan, su muerte sacrificial y posterior resurrección. Aunque como escribe a esa niña llamada Anne Walker Jenkins, “toda la historia de Narnia es sobre Cristo”, sus relatos no pretenden responder más que a una cuestión hipotética: Supongamos que hubiera un mundo como Narnia, que hubiera ido mal y necesitara redención, ¿cómo entraría Cristo en la historia para salvarlo?

“Una estricta alegoría es como un puzzle, que tiene una solución; un gran romance (una fantasía o un mito) es como una flor, cuyo olor nos recuerda algo que no podemos fácilmente situar”, dice Lewis en una de esas Cartas a los lectores de Narnia (publicadas en Madrid por Ediciones Encuentro en 1996). Es en ese sentido de evocación que tenemos que ver la lucha entre las fuerzas del bien (que en esta historia llama la Antigua Narnia) contra el poder del mal que domina esta tierra, intentando borrar toda memoria de la presencia de Aslan. Este es el tema general de las Crónicas de Narnia, que en el caso de El Príncipe Caspian, gira particularmente en torno al problema mismo de la fe: La capacidad de ver, o no, a Aslan.



¿ES LEWIS EL PRÍNCIPE CASPIAN?
A pesar de sus evidentes pretensiones de fidelidad a la novela, la película de Adamson cuenta la historia de Caspian de forma diferente a la que encontramos en el libro. Los hechos están ahí, pero presentados de otra manera. En vez de comenzar en Inglaterra, con los cuatro niños esperando a ir al colegio en una estación de tren (uno de los más claros homenajes de
Rowling a su admirado mundo de Narnia, en la serie de Harry Potter), la película nos presenta el nacimiento de un niño. Caspian es despertado en medio de la noche por su tutor, el doctor Cornelius (que sucede a su aya en el libro, que le cuenta historias de la antigua Narnia, en un personaje inspirado por la institutriz que tuvieron los Lewis en Irlanda, Lizzie Endicott). Es así cómo salva su vida, haciéndole escapar de su tío, Lord Miraz (muy bien interpretado por Sergio Castellitto), que pretende ahora apoderarse del trono por medio de su hijo, que ha quedado vacante tras la muerte del padre de Caspian (huérfano como Lewis, desde que era niño).

Semejantes coincidencias con la vida de Lewis, han llevado a muchos a pensar que es un personaje con el que se identifica especialmente el autor. Esa es la idea de especialistas como Alan Jacobs (The Narnian) o Devin Brown (Inside Prince Caspian), que relacionan la descripción de Caspian con ese “niño grande” que era Lewis, siempre dispuesto al encantamiento que le proporcionan una historias que le llenan de un gozo inefable. El Doctor Cornelius sería en ese caso el tutor de Lewis, William Kirkpatrick, que le introdujo en el camino del estudio y el conocimiento, tras su desastrosa experiencia escolar en un colegio que aborreció hasta lo sumo. El problema es que no se parecen en nada físicamente. Cornelius es medio enano, mientras que Kirkpatrick era particularmente alto, pero los dos parecen tener una extraordinaria influencia...

Lo que no hay duda es que tanto Caspian como Lewis, deseaban otro mundo. Ese ansía cambió toda su vida. Así cómo Caspian descubrió que “todo lo que le habían dicho sobre la antigua Narnia es verdad”, Lewis se sorprendió de escuchar a Tolkien y su amigo Hugo Dyson, que la historia de Cristo no era otro mito más. Hasta entonces Lewis pensaba en su ateismo, que el cristianismo no era más que una mitología como cualquier otra. Pero el autor de El Señor de los Anillos le muestra que “el mito se hizo un hecho”, cuando Dios se hizo hombre “en una fecha concreta, en un lugar en particular, y con unas consecuencias históricas muy definidas”. Lewis se convirtió en “el más reticente converso al cristianismo”, que pudiéramos imaginar. Pero desde entonces se volvió un apóstol para los ateos…

¿VER PARA CREER?
Mientras Caspian huye en su caballo por la noche, en Inglaterra los Pevensie se sienten misteriosamente atraídos a volver a Narnia, un año después que la dejaron. Ya no son los adultos reyes y reinas de ese mundo mágico, sino niños que tienen que enfrentarse a los problemas de cualquier chico de su edad. La película se inventa por eso una pelea de Peter y Edmund, mientras Susan escapa de un chico que le persigue. Todo en un metro de Londres que sufre los bombardeos nazis durante la segunda guerra mundial, mientras en el libro, están en una “aburrida y vacía estación de campo”...



En Narnia todo parece haber cambiado, empezando por el tiempo que cuenta de otra
manera. Un año aquí es como mil años allí. De su castillo no quedan ya más que ruinas. Todo resulta triste y desolado. Una nueva raza domina Narnia: los telmarinos. Son seres humanos que niegan la existencia de los minotauros, los centauros y todos esos seres fantásticos de la antigua Narnia, donde los animales hablaban y los árboles bailaban. Todo eso son “cuentos de hadas”, para ellos. Así lo enseñan en las escuelas que aparecen en el libro. El mundo secular está más lejos de Dios -para Lewis-, que el mundo pagano. Por eso en la novela el dios Baco baila con Aslán. Algo que resulta incomprensible, para muchos cristianos que aprecian el mundo de Narnia.

El mundo de Caspian es en ese sentido más parecido al mundo moderno, que a la antigua Narnia, que rechaza por sus mitos y creencia en la magia. Aslan es algo tan lejanos para los telmarinos, como Dios para la sociedad moderna. Lo interesante es que esa incredulidad afecta a los niños mismos, que se sienten ahora tentados a enfrentarse a sus problemas, como si Aslan no existiera. Sólo Lucy cree ver al León, pero los demás no. Aunque ella le recuerda constantemente a Peter que tienen que buscar a Aslan, él le contesta: “No voy a saltar de una cima tras alguien que no existe”. Aslan parece misteriosamente ausente, no sólo en la película, sino en la historia original, que trata precisamente de eso: La dificultad de creer en Aquel que no podemos ver.

¿CREER PARA VER?
Si El león, la bruja y el armario es la historia de lo que Cristo hizo por nosotros a través de su sacrificio, hace mucho tiempo; El Príncipe Caspian trata de la percepción de la existencia de Dios en nuestra vida actual, en un mundo como el nuestro. Si, el sacrificio de Cristo nos puede haber salvado de la esclavitud eterna del poder de Satanás (la bruja blanca), pero eso no significa ahora que nuestra vida esté libre de problemas y tentaciones. Todo es tan complicado que a veces parece que nuestro mundo carece de toda “la magia” o luz, que asociamos con Aslan. Es como si Dios no existiera…

¿Cómo vivir en este mundo oscuro y caído, cuando no podemos ver a Aquel que nos salva?, ¿dónde encontrar ayuda, cuando nos sentimos amenazados y perdidos, en un mundo sin esperanza? El autor del Salmo 121 levanta sus ojos a los montes y se pregunta si vendrá de allí su socorro. Hasta que descubre que su ayuda viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra. ¿Hay de verdad un Dios, al que le importa nuestra vida, que está ahí dispuesto a ayudarnos? Tal vez como dice Lucy, no tiene que ser Él quien demuestre que está ahí, si no que somos nosotros los que somos puestos a prueba…

Eso dice Pedro en su primera carta cuando habla de cómo los cristianos “tuvieron que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba su fe, sea mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego”. Esta es nuestra realidad hasta que “sea manifestado Jesucristo” (1:6-7). ¡Todo entonces será diferente! Ya que “nada ocurre dos veces de la misma manera”, dice Aslan a Lucy. Lo “creemos, aunque ahora no le veamos”. Y hasta “nos alegramos con gozo inefable y glorioso” (v. 8).

Porque lo mejor ¡está todavía por venir!

lunes, julio 21, 2008

El príncipe Caspian y la fe de C.S. Lewis

C. S. Lewis y Narnia (1)

Hace ya medio siglo que el escritor británico C. S. Lewis (1898-1963) creó Las Crónicas de Narnia. Las novelas que lleva ahora Disney al cine, contienen un mundo de fantasía que ha seducido a varias generaciones de lectores. El encargado de llevar esta magia a la pantalla ha sido hasta ahora el director de la saga de Shrek, que ha dejado la animación, para hacer estas películas con actores. Muchos jóvenes ávidos de aventuras, han buscado en estos libros, que ha reeditado Destino, la continuidad de una serie que han conocido por el cine. Tras su entrada en el reino mágico de Narnia, en El león, la bruja y el armario, las salas de todo el mundo proyectan este verano el segundo episodio de la saga. En él los niños vuelven a este mundo maravilloso, donde un invasor intenta asesinar al príncipe heredero. Este es el primer artículo de una serie sobre El príncipe Caspian y la fe de C. S. Lewis.



El director neozelandés Andrew Adamson decía al presentar la primera película, que “en algunos países iba a necesitar un esfuerzo extra para que el público se familiarice con unos personajes y unas situaciones que en el mundo anglosajón son ya muy populares”. Ya que aunque en los últimos años Lewis parece haber sido descubierto en algunos círculos católicos españoles (hasta el punto de considerarlo uno de los suyos, aunque nunca dejó de ser anglicano) la verdad es que en España era casi un desconocido, aparte de las continuas referencias a su amistad con J. R. R, Tolkien (que le llevó a la fe cristiana, aunque no le gustaba demasiado Narnia).

Algunos conocían a Lewis por la tragedia de la muerte de su esposa, que cuenta la película Tierras de penumbra (difícil de encontrar en DVD). En ella Lewis era interpretado por Anthony Hopkins, que en el film de Attenborough nos presentaba el drama adulto de su breve matrimonio con una poetisa judía divorciada norteamericana llamada Joy Davidman, que se convirtió al cristianismo cuando estaba casada con un alcoholizado guionista de Hollywood. El dolor por su muerte, víctima del cáncer, poco después de su boda, llevo a Lewis a escribir un extraño libro bajo seudónimo, que todavía reedita Anagrama: Una pena observada (traducido por la fallecida escritora salmantina Carmen Martín Gaite, cuando su hija moría también enferma).

El resto de la obra de Lewis está todavía bajo el legado de una sociedad, cuyo albacea es un pastor anglicano, convertido al catolicismo, Walter Hooper. Un personaje algo siniestro, acusado de manipular su obra por especialistas como la fallecida Kathryn Lindskoog, que creía que él había escrito algunos de los libros de Lewis, que se habían publicado póstumamente. Algo difícil de probar, ya que el acceso a sus escritos es todavía muy restringido. Lo cierto es que algunos católicos han pretendido incluso su canonización por el Vaticano, argumentando cosas tan absurdas como que su matrimonio nunca había sido consumado. Ya que su boda con una divorciada no sólo rompió su relación con Tolkien, sino con toda la tradición anglo-católica (más cercana a Lewis que la rama evangélica de la Iglesia Anglicana, con la que apenas tuvo contacto).



Los derechos de Narnia en castellano han sido adquiridos por diversas editoriales a lo largo de los años, algunas de ellas americanas, pero las peores han sido sin duda las evangélicas (como la que hizo Caribe en Miami, que era un auténtico atentado a nuestra lengua, acompañado de unos dibujos horrorosos). Por lo que las mejores siguen siendo ediciones españolas normales, como las de Alfaguara, que aunque cambió al principio las ilustraciones originales, las recuperó al final, como hace esta nueva versión de Destino, que es sin duda la mejor que se ha hecho. Esta nueva traducción es una lujosa edición, encuadernada ahora en tela y con pasta dura. Hay incluso un volumen que reúne todos los episodios de la serie. Lo que resulta una auténtica delicia para la vista, aunque resulte algo inmanejable.

LA INFANCIA PERDIDA

Lewis recibía cientos de cartas cada semana. Una auténtica pesadilla para el cartero que hacía aquella ruta a las afueras de Oxford, donde no había ningún profesor tan conocido como él. Desde que empezó a escribir libros para jóvenes en 1950, tenía mucha correspondencia, no sólo con adultos, sino también con chicos, como el que le preguntó que le inspiraba a escribir historias. “Realmente no lo sé”, dijo Lewis: “¿Sabe alguien exactamente de dónde viene una idea?”. La respuesta es por supuesto que no, pero hay muchas situaciones en su vida que debieron influir en su literatura.

El escritor había nacido en una familia acomodada de Belfast (Irlanda del Norte) en 1890. Su padre era procurador, y su madre, matemática. Hijos de un ingeniero evangélico galés y un pastor protestante. Por lo que iban regularmente a la iglesia de su abuelo, donde Lewis fue bautizado de niño como Clive Staples, aunque él firmaba siempre con sus iniciales, C y S. Su familia y sus amigos le llamaban Jack, aunque sus padres se referían a él de pequeño como Babbins o Baby, hasta que decidió llamarse Jacksie. Tenía un hermano mayor, Warren, y una niñera irlandesa llamada Lizzie, que les contaba historias maravillosas sobre dioses y criaturas mitológicas. Tal vez Jack pensaba en ella, cuando años después escribió sobre la institutriz del Príncipe Caspian y sus increíbles relatos sobre la antigua Narnia.

Cuando tenía siete años, la familia se muda a una nueva casa, que conocen como La Pequeña Lea, aunque era tan grande, que estaba llena de habitaciones, escaleras y pasillos. Para aquellos dos chicos, llenos de imaginación, era “más una ciudad, que una casa”. Jack pensaba sin duda en ella al describir la casa de Polly y Digory en El sobrino del mago, cuando recuerda aquellos “largos corredores, estancias vacías medio iluminadas por el sol, el silencio dentro, escaleras arriba, áticos explorados en soledad, el gorgoteo distante de cisternas y tuberías, y el sonido del viento bajo los tilos”.

Su mundo transcurría en aquella casa durante largos días de lluvia. En una de aquellas habitaciones había un gran armario tallado en madera. Había sido construido por su abuelo de roble macizo. Los niños solían esconderse en él, para escuchar a Jack contar historias de aventuras en la oscuridad (este mueble ropero se encuentra ahora con otros papeles de Lewis, en la colección que tiene la universidad evangélica de Wheaton, EE. UU.). Sus relatos venían de libros que llenaban la casa por todas partes. Los que más le gustaban eran de autores como Nesbit o Beatrix Potter. Es entonces cuando empieza a imaginar historias de “animales vestidos”. Así nace el mundo de Boxen, un universo que compartía con su hermano, incluso cuando estuvo separado de él en un internado en Inglaterra.

Lewis odiaba el colegio, pero sobre todo no aguantaba estar separado de su madre, su “confiada Atlántida”, un gran continente insular de tranquilidad, que iba a sumergirse pronto bajo las olas del mar. Jack se entera a comienzos de 1908 que su madre estaba gravemente enferma. Al acabar el verano murió, cuando él tenía nueve años. Un sentimiento de orfandad embargó a Lewis el resto de su vida. Su recuerdo inspira la angustia de Digory en El sobrino del mago, buscando una curación milagrosa para su madre. Con esa confianza que tiene el niño en Aslan, Jack ruega por la sanidad de su madre. Ora incluso después de que su madre muriera, pero su cadáver parecía aniquilar toda esperanza. Aquel féretro era como un armario cerrado. Lewis no podía entonces imaginar que por detrás había una puerta a un mundo maravilloso…

AL OTRO LADO DEL ARMARIO

Cuando acaba el colegio, Lewis abandona la fe cristiana. Su visión del mundo se hace a partir de entonces totalmente materialista. En 1914 su padre le envía a estudiar con un tutor privado llamado Kirkpatrick. Su influencia está detrás del profesor Kirke en los libros de Narnia. El le prepara para la Universidad de Oxford, donde emprende una brillante carrera que dura más de cuarenta años, ya que fue profesor hasta su muerte, en 1963. Sólo deja sus estudios, durante la primera guerra mundial, que pierde un amigo, al que promete cuidar de su madre. Parece que tiene una relación íntima con ella, hasta que se convierte a la fe cristiana por medio de Tolkien.



Lewis tuvo tanta amistad con Tolkien, que fue el primero en leer sus historias sobre la Tierra Media. Los dos enseñaban Filología y compartían una misma pasión por el primer poema que hubo en lengua inglesa, el Beowulf. Juntos tenían un grupo de amigos llamado los Inklings, que se reunía en varias tabernas de la ciudad. Tolkien se había convertido en católico-romano por influencia de su madre, que sufrió mucho a causa de su fe y murió también enferma. Pero Lewis seguía siendo todavía ateo, hasta que una noche de 1931 se convirtió en “el más reticente converso de toda Inglaterra”.

Lewis pensaba como muchos hoy, que las similitudes del cristianismo con la mitología, lo hacía simplemente una historia más de ficción, que no podía ser realidad. Pero descubre con Tolkien, que “el meollo del cristianismo es un mito que es también una realidad”. Porque “el antiguo mito del dios que muere, sin cesar de ser un mito, desciende del cielo de las leyendas y de la imaginación hasta la tierra de la historia”. Ya que “sucede en una fecha y lugar concretos”. Para Lewis, como para Tolkien, todos los relatos apuntan por eso hacia un momento en este mundo real en que el “mito” se convirtió en realidad.

¿FICCIÓN O REALIDAD ?

El año 60 Lewis le escribe una carta a una niña llamada Patricia, que está ahora grabada detrás del armario que sirve de monumento a Lewis, delante de una biblioteca de Belfast. Le dice: “No estoy haciendo exactamente una representación mediante símbolos, de la verdadera historia del cristianismo, sino que más bien me digo: “supongamos que existiera un mundo como Narnia, que necesitara ser salvado y que el Hijo de Dios (o del “Gran Emperador allende los mares”) hubiera ido a redimirlo, igual que vino a redimirnos a nosotros, ¿cómo habría sucedido en aquel mundo?
Con la creación de Narnia, el Hijo de Dios crea “un” mundo (que nos es concretamente el nuestro).

Jades, al coger la manzana, comete un acto de desobediencia, el mismo pecado que Adán. No obstante, este episodio no desempeña, en la vida de Jades, la misma función que realizó en la vida de Adán. Ella “ya” había pecado (y mucho) antes de comerse la manzana. Con la masa de piedra pretendía recordar una de las Tablas de la Ley de Moisés. La Pasión y Resurrección de Aslan equivalen a la Pasión y Resurrección que, presumiblemente, habría tenido Jesucristo en “aquel” mundo. Son similares a las de este nuestro mundo, pero no son exactamente iguales.

Edmund, al igual que Judas, es un traidor y un soplón. Sin embargo, a diferencia de aquél, Edmund se arrepiente y es perdonado (como, sin ninguna duda, Judas habría sido perdonado si se hubiera arrepentido).

Efectivamente, en los “confines” del mundo de Narnia, Aslan empieza a mostrarse más parecido a Cristo, tal y como lo conocemos en “este” mundo. De ahí el “Cordero” y de ahí el almuerzo, como al final del Evangelio de San Juan. ¿No dice El: “se os ha permitido conocerme en “este” mundo (Narnia) para que podáis conocerme mejor cuando regreséis al vuestro?”
Y, naturalmente, el mono y el acertijo, justo antes del Juicio Final (en La última batalla) representan la llegada del anticristo antes del fin de nuestro mundo.”

Lewis comprendió que existe un relato verdaderamente histórico, que contiene una “magia más profunda” que las historias que él había amado desde niño. Por eso después de su conversión, se convirtió en uno de los pocos comunicadores cristianos, capaces de escribir relatos de ficción, llenos de imágenes trascendentes de Dios, nuestra humanidad y la realidad transfigurada por la luz del cielo.

Sus libros de apologética han convencido a muchas personas de la verdad de la fe cristiana, pero su imaginativa prosa ha demostrado también un poder liberador, que nos hace esperar un mundo mejor…

José de Segovia es periodista, teólogo y pastor en Madrid