viernes, agosto 08, 2008

La apologética de C.S. Lewi

 
C.S. Lewis y Narnia (4)
José de Segovia


C. S. Lewis (1898-1963) defendió el carácter sobrenatural del cristianismo en una época en que no era ni social, ni intelectualmente aceptable. La filosofía que dominaba entonces en Oxford era una especie de idealismo, totalmente opuesto a la fe cristiana, incluso dentro de la misma teología. Según recuerda Chesterton en su Autobiografía, “de toda la confusión de herejías inconsistentes e incompatibles, la única herejía imperdonable era la ortodoxia”. ¿Cómo pudo sin embargo tal “hereje” publicar sus libros en las editoriales más prestigiosas y ser continuamente invitado a dar charlas, incluso en la BBC? La explicación está posiblemente en el propio carácter de su apologética…



Libros como Cristianismo esencial o El problema del dolor iban dirigidos a un público lo más amplio posible. Por lo que se esforzaba en evitar cualquier término teológico, citando pocas veces la Escritura. Pero aunque su lenguaje es popular, lo último que se puede decir de su obra es que es superficial. Ya que su claridad no está reñida con la profundidad. ¿Cómo presenta entonces Lewis el cristianismo?

CRISTO ES LA RESPUESTA, PERO ¿CUÁL ES LA PREGUNTA?
Para Lewis era fundamental recobrar el sentido del pecado. El pensaba por eso que había que dirigirse a la gente decente, que está orgullosa de sí misma, porque no robaba ni mataba, y mostrarle su orgullo, avaricia y envidia. Esa fue una de las mayores críticas que le hicieron por sus Cartas de un diablo a su sobrino, el hecho de que en un tiempo de guerra y nazismo, no hablara más que glotonería, egoísmo y orgullo espiritual. Pero en esto Lewis era más sabio que sus críticos...

“No importa lo leves que puedan ser sus faltas, con tal de que su efecto acumulativo sea empujar al hombre lejos de la luz y hacia el interior de la Nada. El asesinato no es mejor que la baraja para lograr ese fin, si la baraja es suficiente para lograr este fin. De hecho, el camino más seguro hacia el infierno es el gradual, la suave ladera, blanda bajo el pie, sin giros bruscos, sin mojones, sin señalizaciones”…

Esto es sin duda algo que los cristianos debiéramos aprender de su apologética y todo predicador debiera practicar. Ya que no hace falta buscar el pecado en los titulares de los periódicos, cuando está en tu propio corazón.

Como hacía Francis Schaeffer: si tenía diez minutos para hablar con alguien sobre el Evangelio en un tren, utilizaba ocho para hablarle del problema y sólo dos de la respuesta. ¿Por qué? Porque ¿de qué me sirve saber cuál es la respuesta, si no sé cuál es la pregunta?

EL CRISTIANISMO ES SOBRENATURAL, O NO ES NADA
Una de las críticas más demoledoras que encontramos en sus ensayos es la que hace al racionalismo teológico. Su respuesta a la crítica bíblica alemana es que intenta desmitificar el contenido de los Evangelios, sin saber siquiera lo qué es un mito. Por ello ataca a Bultmann en su propio terreno: la crítica literaria: “Si me dice que algo de un Evangelio es una leyenda o un romance, quiero saber cuántos leyendas y romances ha leído, cómo de bien ha sido formado su paladar para detectarlas por el sabor: no cuantos años se ha pasado con este Evangelio.”



Según Lewis, estos críticos quieren que creamos lo que ellos pueden leer entre líneas, cuando son incapaces siquiera de leer lo que dicen las líneas. Intentar predicar un cristianismo que niega los milagros, produce religiosos o ateos, pero nunca cristianos. Particularmente sutil es por eso la sátira que hace del protestante liberal que va camino del Infierno en el autobús de El gran divorcio. Ya que en esta historia llena de inteligentes imágenes y fina ironía, hay un pastor que va allí a dar una conferencia ¡sobre cómo hubiera evolucionado la teología de Jesús, si hubiera vivido más tiempo!

Es por eso importante entender, como dice Lewis en su discurso inaugural, al ser hecho profesor de Cambridge, que “un hombre post-cristiano no es un pagano”. Eso sería “como pensar que una mujer casada recobra su virginidad al divorciarse”. El entendió que el mundo post-cristiano no es simplemente una vuelta al paganismo. Si desconoce el auténtico sentido de pecado, verdad o Dios, no es por ignorancia, sino todo lo contrario…

EL PESO DE LA GLORIA
La actualidad de Lewis no reside sin embargo en su capacidad profética para darnos los claves de lo que luego va a ser la post-modernidad, sino en su apelación a las realidades eternas. Otro famoso converso del siglo pasado, el periodista inglés Malcom Muggeridge, dijo: “La Madre Teresa nunca lee un periódico, nunca ve la televisión y nunca escucha la radio; por eso tiene bastante idea de lo que pasa en este mundo”…

Lewis tenía fama de no leer nunca un periódico. Sin embargo sabía muy bien lo que pasaba en el mundo, porque conocía su corazón. Mientras los medios de comunicación de masas se concentran en lo efímero y transitorio, nosotros deberíamos poner la mira en las realidades eternas. Lewis entendió que es así cómo los individuos y las sociedades se alejan de Dios. ¡No perdamos de vista por eso “el peso de la gloria”!

Obras como Cristianismo esencial han sido instrumentales para la conversión de muchas personas. Hombres como Colson, el antiguo consejero de Nixon, dice que tuvo por primera vez convicción de pecado, al leer este libro en la cárcel, donde estaba cumpliendo la pena por el escándalo Watergate. El promotor del polémico espectáculo de desnudos de los años sesenta, ¡Oh, Calcuta!, estudió con Lewis en Oxford y se sintió siempre perseguido por su Dios, aunque nunca llegó a convertirse.


Y pensadores evangélicos como Francis Schaeffer, han construido toda su apologética, inspirados por la obra de Lewis. Así que con las palabras que el mismo escribiera para el funeral de Dorothy Sayers, ¡demos gracias por él, “al Autor que le inventó”!


José de Segovia es periodista, teólogo y pastor en Madrid

La fe cristiana de C. S. Lewis

C. S. Lewis y Narnia (3)
José de Segovia


El autor de Crónicas de Narnia, C. S. Lewis (1898-1963) es reivindicado hoy por diferentes sectores del cristianismo ortodoxo como el mayor defensor de la fe cristiana. Este escritor protestante del Ulster era un ateo convencido cuando llegó a la Universidad de Oxford, pero se convirtió por medio del católico J. R. R. Tolkien en un ferviente creyente, aunque nunca dejó de ser anglicano. Hoy muchos le consideran como el paradigma del cristianismo evangélico. Para otros sin embargo es el principal pensador con el que cuentan muchos movimientos católicos conservadores. Pero ¿cuál era realmente su teología?




Antes de nada, tenemos que darnos cuenta que Lewis no era teólogo, ni tenía educación teológica. Por lo que no es fácil ver en su obra una teología sistemática. Sin embargo algunas de las críticas que ha recibido, tanto del campo liberal como del fundamentalismo evangélico, ignoran a menudo este hecho. En su prefacio a su Cristianismo esencial, dice que su intención es concentrarse en las doctrinas básicas de la fe cristiana, independientemente de las diferencias entre una y otra iglesia:

“Los asuntos que dividen a los cristianos a menudo tienen que ver con puntos de teología avanzada o aún de historia eclesiástica, cosas que nunca deberían ser tratadas sino por verdaderos expertos. Tales aguas son demasiado profundas para mí; en ellas tengo más necesidad de ser ayudado, que capacidad para prestar ayuda.”

Así en El problema del dolor, advierte a “todo teólogo que lea estas páginas”, que “notará fácilmente que constituyen la obra de un laico y de un aficionado”. Pero aunque Lewis no era teólogo, le gustaba la teología. Y como todo cristiano, tenía una teología: “En cuanto a mis propias creencias, no existe secreto alguno, como decía mi tío Toby, “están escritas en el Libro de Oración Común”, un texto anglicano que presenta una teología clásica protestante. Lo que veía era la necesidad de traducir la doctrina cristiana a un lenguaje normal.

Lewis prefería leer siempre sólidas obras de teología, a libros populares sobre el cristianismo. No usaba por eso mucha literatura devocional, aunque le gustaba la combinación de ambos aspectos en autores puritanos de los siglos XVI y XVII, como Richard Hooker. “A menudo tiendo a encontrar los libros doctrinales mucho más útiles para uso devocional, que los libros devocionales”, escribe en su prefacio a La encarnación de la Palabra de Dios de Atanasio: “El corazón canta libremente cuando te adentras con esfuerzo en un texto difícil de teología, con la pipa entre los dientes y un lápiz en la mano”.

LAS ESCRITURAS
Respecto a la Biblia, se ha dicho siempre que Lewis no era nada conservador. Ya que creía que el Antiguo Testamento contenía “elementos fabulosos”, como los relatos de Noé o Jonás, aunque consideraba las crónicas de la corte de David tan fidedignas como la historia de Luis XIV. Pero la
verdad es que apreciaba más el Nuevo Testamento, ya que para él, “contiene principalmente enseñanza, no narrativa”. Pero cuando hay narrativa, era en su opinión, “histórica”.



Es interesante que lo único que escribió sobre el Antiguo Testamento es un libro Reflexiones sobre los Salmos. Particularmente desafortunadas son las que dedica a los Salmos imprecatorios (aquellos en los que David pide el juicio y castigo de Dios para sus enemigos), pero en general anima a leer el Antiguo Testamento. Ya que “continua descubriendo, cada vez más, cuántas veces es citado en el Nuevo Testamento; cómo constantemente nuestro Señor repite, refuerza, continua, refuerza y sublima la ética judía, y cómo rara vez introduce una novedad”.

En esto Lewis no sería diferente a muchos evangélicos. Así que es básicamente un cristiano neo-testamentario, que estaría de acuerdo con Dorothy Sayers, en que “si te aferras a los Evangelios y los Credos, no puedes equivocarte mucho”…

LA PERSONA DE CRISTO
Si hay algo central en la apologética de Lewis, ésa es su afirmación de la deidad de Cristo. Uno de sus temas comunes a lo largo de toda su obra, es su ataque a la idea de que Jesús pudiera ser simplemente un maestro de ética o un modelo de ejemplo moral. Por lo que se ha convertido ya en un tópico su frase de que si consideramos lo que Jesús ha dicho y hecho, tenemos que concluir que sólo podía ser un lunático, un mentiroso, o quién decía ser: Dios mismo. Este argumento, tan repetido en la literatura evangélica, lo explica así en una de sus cartas:
“Pienso que la gran dificultad es ésta: si no era Dios, ¿quién o qué era? En Mateo 28:19 encontramos ya la formula bautismal: “En el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo” ¿Quién es este “Hijo”? ¿Es el Espíritu Santo un hombre? Si no es así, ¿es un hombre quien “le envía”? (ver Juan 15:26). En Colosenses 1:17 Cristo es “antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”. ¿Qué clase de hombre es éste?”
“Dejo a un lado la referencia obvia al principio del Evangelio de Juan. Tomemos algo menos evidente. Cuando llora sobre Jerusalén (Mateo 23), ¿por qué dice de repente (v. 34) “yo os envío profetas y sabios”? ¿Quién podría decir eso, excepto Dios o un lunático? ¿Quién es este hombre que va perdonando pecados? Y ¿qué acerca de Marcos 2:18-19? ¿Qué hombre puede anunciar, que simplemente porque él está presente, se acabaron actos de penitencia, como el ayuno? ¿Quién puede dar al colegio la mitad de las vacaciones, sino el director?”

EL CAMINO DE SALVACIÓN
Se observa a menudo que Lewis dice muy poco acerca de la justificación por la fe. Esto es algo evidente. Pero conviene recordar que Lewis no es un evangelista, sino un apologista. El creía que la salvación es únicamente posible a través de Cristo. Más aún, su argumento es que la redención es solamente posible por medio de la cruz. Pero no llega a establecer la perspectiva penal de la expiación. Lo explica así en su Cristianismo esencial:
“La creencia central cristiana es que la muerte de Cristo en cierta forma nos reconcilió con Dios, y nos dio la oportunidad de empezar de nuevo”. A continuación muestra cómo los cristianos no están de acuerdo en cuanto al significado de la cruz. Pero utilizando una analogía, explica cómo podemos alimentarnos al comer, sin conocer las diferentes teorías de nutrición. Ya que “un hombre puede aceptar lo que Cristo ha hecho, sin saber cómo es que tal cosa opera”.

NUESTRO DESTINO ETERNO
Tal y como ha apuntado un teólogo como Packer, que no es precisamente entusiasta de Lewis, una de sus mayores aportaciones ha sido su visión del Cielo, como lugar de todo valor y contentamiento. “Si leemos la Historia, veremos que los cristianos que más hicieron por el mundo presente, fueron precisamente los que más se ocuparon del venidero”, escribe en su Cristianismo esencial. “Es desde que los cristianos han dejado de pensar en el otro mundo, que han llegado a ser infelices en éste”. Por lo que: “¡Aspiren al Cielo! Y obtendrán la tierra “por añadidura” ¡Aspiren a la tierra, y no tendrán ni lo uno, ni lo otro”, dice Lewis.



Está claro también que Lewis no es ningún universalista. Sobre el infierno escribe: “No hay doctrina alguna que con mayor gusto eliminaría yo del cristianismo, si ello dependiera de mí. Pero cuenta con el pleno respaldo de la Escritura, y especialmente de las propias palabras de nuestro Señor; además, siempre ha sido sostenida por la cristiandad, y finalmente cuenta con el apoyo de la razón.”
“A la larga, la respuesta a todos aquellos que objetan la doctrina del infierno, se reduce en su sola pregunta”, para Lewis: “¿Qué le está usted pidiendo a Dios que haga? Lavar a toda costa sus antiguos pecados, darle la oportunidad de comenzar de nuevo, aminorar toda dificultad y ofrecerle una ayuda milagrosa…” Pues “eso es lo que Él ya ha hecho en el Calvario”. ¿Cuál es entonces el problema?, se pregunta Lewis: ¿Perdonarlos? Ellos no quieren ser perdonados. ¿Abandonarlos? ¡Ay, mucho me temo que eso es lo que Él hace”, escribe en El problema del dolor.

¿CRISTIANO O EVANGÉLICO?
Así que aparte de su peculiar visión del Antiguo Testamento, podemos concluir que no hay ningún evangélico que pueda tener problema en llamarle “hermano”. Otra cosa es que fuera evangélico… Es innegable que, por lo menos en la última parte de su vida, nos sorprende leer cómo se confesaba a sacerdotes, oraba por los muertos y hasta creía en alguna forma de Purgatorio. Esta última idea hace particularmente terrible el drama de la muerte de su mujer. Por lo que escribe en medio de su dolor:
“Y ¿cómo puedo saber que sus angustias pasaron? Antes nunca creía –o lo consideraba muy improbable-, que el alma más colmada de fe pudiera zambullirse en la perfección y en la paz, cuando el estertor de la muerte le estuviera rechinando en la garganta. Sería un espejismo redomado edificar ahora tal creencia.”

Hay dos cosas que debemos tener en cuenta al tratar los errores de Lewis. Primero, el hecho de que su obra se centra en la exposición de las doctrinas básicas de la fe cristiana. Por lo que no enseña la confesión, el Purgatorio o las oraciones por los muertos, ya que no las considera esenciales para la fe. En segundo lugar, Lewis compara en su Cristianismo esencial a la Iglesia a una casa con muchas habitaciones, y nos recomienda:
“Cuando hayas escogido tu propia habitación, sé amable con quienes han escogido diferentes puertas, y con quienes aún permanecen en el salón de espera. Si se han equivocado, necesitan de tus oraciones mucho más; si son enemigos tuyos, tienes la obligación de orar por ellos. Esta es una de las reglas comunes de la casa.”

Así que respecto a las doctrinas fundamentales –la Trinidad, la Deidad de Cristo, la salvación por su muerte y la realidad eternal del Cielo y el infierno-, Lewis tiene una posición claramente conservadora. Por lo que sus diferencias con la fe evangélica se refieren más bien a aspectos no esenciales de la fe cristiana. Lo importante de su obra no es además su teología, sino una apologética razonable e imaginativa, sobre la que los evangélicos tenemos todavía mucho que aprender.

José de Segovia es periodista, teólogo y pastor en Madrid

Regreso a Narnia

 C.S. Lewis y Narnia (2)

El Príncipe Caspian no es el título que C. S. Lewis quiso darle a su obra, ya que fue su editor el que insistió en llamar así la segunda novela de Crónicas de Narnia; es de hecho el único libro que lleva subtitulo de toda la serie: Regreso a Narnia. Él decía que los protagonistas de esta historia eran los niños, Atraídos a Narnia, como tituló el manuscrito que al principio llamó Un cuerno en Narnia. En una carta a una niña, C. S. Lewis dice en 1961 que El Príncipe Caspian (1951) trata sobre la necesidad de “restauración de la religión verdadera, tras su corrupción”. ¿Cuántos de los espectadores de la película, que ahora se proyecta en los cines de todo el mundo, llegarían a esa conclusión?



Cuando uno lee frases como ésta de Lewis, uno tiene la tentación de hacer una lectura alegórica de toda su obra. Lo cierto es que aunque hay elementos cristianos en el mundo de Narnia, no fue esa su intención al principio, ni siquiera al escribir El león, la bruja y el armario (1950), con la historia de Aslan, su muerte sacrificial y posterior resurrección. Aunque como escribe a esa niña llamada Anne Walker Jenkins, “toda la historia de Narnia es sobre Cristo”, sus relatos no pretenden responder más que a una cuestión hipotética: Supongamos que hubiera un mundo como Narnia, que hubiera ido mal y necesitara redención, ¿cómo entraría Cristo en la historia para salvarlo?

“Una estricta alegoría es como un puzzle, que tiene una solución; un gran romance (una fantasía o un mito) es como una flor, cuyo olor nos recuerda algo que no podemos fácilmente situar”, dice Lewis en una de esas Cartas a los lectores de Narnia (publicadas en Madrid por Ediciones Encuentro en 1996). Es en ese sentido de evocación que tenemos que ver la lucha entre las fuerzas del bien (que en esta historia llama la Antigua Narnia) contra el poder del mal que domina esta tierra, intentando borrar toda memoria de la presencia de Aslan. Este es el tema general de las Crónicas de Narnia, que en el caso de El Príncipe Caspian, gira particularmente en torno al problema mismo de la fe: La capacidad de ver, o no, a Aslan.



¿ES LEWIS EL PRÍNCIPE CASPIAN?
A pesar de sus evidentes pretensiones de fidelidad a la novela, la película de Adamson cuenta la historia de Caspian de forma diferente a la que encontramos en el libro. Los hechos están ahí, pero presentados de otra manera. En vez de comenzar en Inglaterra, con los cuatro niños esperando a ir al colegio en una estación de tren (uno de los más claros homenajes de
Rowling a su admirado mundo de Narnia, en la serie de Harry Potter), la película nos presenta el nacimiento de un niño. Caspian es despertado en medio de la noche por su tutor, el doctor Cornelius (que sucede a su aya en el libro, que le cuenta historias de la antigua Narnia, en un personaje inspirado por la institutriz que tuvieron los Lewis en Irlanda, Lizzie Endicott). Es así cómo salva su vida, haciéndole escapar de su tío, Lord Miraz (muy bien interpretado por Sergio Castellitto), que pretende ahora apoderarse del trono por medio de su hijo, que ha quedado vacante tras la muerte del padre de Caspian (huérfano como Lewis, desde que era niño).

Semejantes coincidencias con la vida de Lewis, han llevado a muchos a pensar que es un personaje con el que se identifica especialmente el autor. Esa es la idea de especialistas como Alan Jacobs (The Narnian) o Devin Brown (Inside Prince Caspian), que relacionan la descripción de Caspian con ese “niño grande” que era Lewis, siempre dispuesto al encantamiento que le proporcionan una historias que le llenan de un gozo inefable. El Doctor Cornelius sería en ese caso el tutor de Lewis, William Kirkpatrick, que le introdujo en el camino del estudio y el conocimiento, tras su desastrosa experiencia escolar en un colegio que aborreció hasta lo sumo. El problema es que no se parecen en nada físicamente. Cornelius es medio enano, mientras que Kirkpatrick era particularmente alto, pero los dos parecen tener una extraordinaria influencia...

Lo que no hay duda es que tanto Caspian como Lewis, deseaban otro mundo. Ese ansía cambió toda su vida. Así cómo Caspian descubrió que “todo lo que le habían dicho sobre la antigua Narnia es verdad”, Lewis se sorprendió de escuchar a Tolkien y su amigo Hugo Dyson, que la historia de Cristo no era otro mito más. Hasta entonces Lewis pensaba en su ateismo, que el cristianismo no era más que una mitología como cualquier otra. Pero el autor de El Señor de los Anillos le muestra que “el mito se hizo un hecho”, cuando Dios se hizo hombre “en una fecha concreta, en un lugar en particular, y con unas consecuencias históricas muy definidas”. Lewis se convirtió en “el más reticente converso al cristianismo”, que pudiéramos imaginar. Pero desde entonces se volvió un apóstol para los ateos…

¿VER PARA CREER?
Mientras Caspian huye en su caballo por la noche, en Inglaterra los Pevensie se sienten misteriosamente atraídos a volver a Narnia, un año después que la dejaron. Ya no son los adultos reyes y reinas de ese mundo mágico, sino niños que tienen que enfrentarse a los problemas de cualquier chico de su edad. La película se inventa por eso una pelea de Peter y Edmund, mientras Susan escapa de un chico que le persigue. Todo en un metro de Londres que sufre los bombardeos nazis durante la segunda guerra mundial, mientras en el libro, están en una “aburrida y vacía estación de campo”...



En Narnia todo parece haber cambiado, empezando por el tiempo que cuenta de otra
manera. Un año aquí es como mil años allí. De su castillo no quedan ya más que ruinas. Todo resulta triste y desolado. Una nueva raza domina Narnia: los telmarinos. Son seres humanos que niegan la existencia de los minotauros, los centauros y todos esos seres fantásticos de la antigua Narnia, donde los animales hablaban y los árboles bailaban. Todo eso son “cuentos de hadas”, para ellos. Así lo enseñan en las escuelas que aparecen en el libro. El mundo secular está más lejos de Dios -para Lewis-, que el mundo pagano. Por eso en la novela el dios Baco baila con Aslán. Algo que resulta incomprensible, para muchos cristianos que aprecian el mundo de Narnia.

El mundo de Caspian es en ese sentido más parecido al mundo moderno, que a la antigua Narnia, que rechaza por sus mitos y creencia en la magia. Aslan es algo tan lejanos para los telmarinos, como Dios para la sociedad moderna. Lo interesante es que esa incredulidad afecta a los niños mismos, que se sienten ahora tentados a enfrentarse a sus problemas, como si Aslan no existiera. Sólo Lucy cree ver al León, pero los demás no. Aunque ella le recuerda constantemente a Peter que tienen que buscar a Aslan, él le contesta: “No voy a saltar de una cima tras alguien que no existe”. Aslan parece misteriosamente ausente, no sólo en la película, sino en la historia original, que trata precisamente de eso: La dificultad de creer en Aquel que no podemos ver.

¿CREER PARA VER?
Si El león, la bruja y el armario es la historia de lo que Cristo hizo por nosotros a través de su sacrificio, hace mucho tiempo; El Príncipe Caspian trata de la percepción de la existencia de Dios en nuestra vida actual, en un mundo como el nuestro. Si, el sacrificio de Cristo nos puede haber salvado de la esclavitud eterna del poder de Satanás (la bruja blanca), pero eso no significa ahora que nuestra vida esté libre de problemas y tentaciones. Todo es tan complicado que a veces parece que nuestro mundo carece de toda “la magia” o luz, que asociamos con Aslan. Es como si Dios no existiera…

¿Cómo vivir en este mundo oscuro y caído, cuando no podemos ver a Aquel que nos salva?, ¿dónde encontrar ayuda, cuando nos sentimos amenazados y perdidos, en un mundo sin esperanza? El autor del Salmo 121 levanta sus ojos a los montes y se pregunta si vendrá de allí su socorro. Hasta que descubre que su ayuda viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra. ¿Hay de verdad un Dios, al que le importa nuestra vida, que está ahí dispuesto a ayudarnos? Tal vez como dice Lucy, no tiene que ser Él quien demuestre que está ahí, si no que somos nosotros los que somos puestos a prueba…

Eso dice Pedro en su primera carta cuando habla de cómo los cristianos “tuvieron que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba su fe, sea mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego”. Esta es nuestra realidad hasta que “sea manifestado Jesucristo” (1:6-7). ¡Todo entonces será diferente! Ya que “nada ocurre dos veces de la misma manera”, dice Aslan a Lucy. Lo “creemos, aunque ahora no le veamos”. Y hasta “nos alegramos con gozo inefable y glorioso” (v. 8).

Porque lo mejor ¡está todavía por venir!

lunes, julio 21, 2008

El príncipe Caspian y la fe de C.S. Lewis

C. S. Lewis y Narnia (1)

Hace ya medio siglo que el escritor británico C. S. Lewis (1898-1963) creó Las Crónicas de Narnia. Las novelas que lleva ahora Disney al cine, contienen un mundo de fantasía que ha seducido a varias generaciones de lectores. El encargado de llevar esta magia a la pantalla ha sido hasta ahora el director de la saga de Shrek, que ha dejado la animación, para hacer estas películas con actores. Muchos jóvenes ávidos de aventuras, han buscado en estos libros, que ha reeditado Destino, la continuidad de una serie que han conocido por el cine. Tras su entrada en el reino mágico de Narnia, en El león, la bruja y el armario, las salas de todo el mundo proyectan este verano el segundo episodio de la saga. En él los niños vuelven a este mundo maravilloso, donde un invasor intenta asesinar al príncipe heredero. Este es el primer artículo de una serie sobre El príncipe Caspian y la fe de C. S. Lewis.



El director neozelandés Andrew Adamson decía al presentar la primera película, que “en algunos países iba a necesitar un esfuerzo extra para que el público se familiarice con unos personajes y unas situaciones que en el mundo anglosajón son ya muy populares”. Ya que aunque en los últimos años Lewis parece haber sido descubierto en algunos círculos católicos españoles (hasta el punto de considerarlo uno de los suyos, aunque nunca dejó de ser anglicano) la verdad es que en España era casi un desconocido, aparte de las continuas referencias a su amistad con J. R. R, Tolkien (que le llevó a la fe cristiana, aunque no le gustaba demasiado Narnia).

Algunos conocían a Lewis por la tragedia de la muerte de su esposa, que cuenta la película Tierras de penumbra (difícil de encontrar en DVD). En ella Lewis era interpretado por Anthony Hopkins, que en el film de Attenborough nos presentaba el drama adulto de su breve matrimonio con una poetisa judía divorciada norteamericana llamada Joy Davidman, que se convirtió al cristianismo cuando estaba casada con un alcoholizado guionista de Hollywood. El dolor por su muerte, víctima del cáncer, poco después de su boda, llevo a Lewis a escribir un extraño libro bajo seudónimo, que todavía reedita Anagrama: Una pena observada (traducido por la fallecida escritora salmantina Carmen Martín Gaite, cuando su hija moría también enferma).

El resto de la obra de Lewis está todavía bajo el legado de una sociedad, cuyo albacea es un pastor anglicano, convertido al catolicismo, Walter Hooper. Un personaje algo siniestro, acusado de manipular su obra por especialistas como la fallecida Kathryn Lindskoog, que creía que él había escrito algunos de los libros de Lewis, que se habían publicado póstumamente. Algo difícil de probar, ya que el acceso a sus escritos es todavía muy restringido. Lo cierto es que algunos católicos han pretendido incluso su canonización por el Vaticano, argumentando cosas tan absurdas como que su matrimonio nunca había sido consumado. Ya que su boda con una divorciada no sólo rompió su relación con Tolkien, sino con toda la tradición anglo-católica (más cercana a Lewis que la rama evangélica de la Iglesia Anglicana, con la que apenas tuvo contacto).



Los derechos de Narnia en castellano han sido adquiridos por diversas editoriales a lo largo de los años, algunas de ellas americanas, pero las peores han sido sin duda las evangélicas (como la que hizo Caribe en Miami, que era un auténtico atentado a nuestra lengua, acompañado de unos dibujos horrorosos). Por lo que las mejores siguen siendo ediciones españolas normales, como las de Alfaguara, que aunque cambió al principio las ilustraciones originales, las recuperó al final, como hace esta nueva versión de Destino, que es sin duda la mejor que se ha hecho. Esta nueva traducción es una lujosa edición, encuadernada ahora en tela y con pasta dura. Hay incluso un volumen que reúne todos los episodios de la serie. Lo que resulta una auténtica delicia para la vista, aunque resulte algo inmanejable.

LA INFANCIA PERDIDA

Lewis recibía cientos de cartas cada semana. Una auténtica pesadilla para el cartero que hacía aquella ruta a las afueras de Oxford, donde no había ningún profesor tan conocido como él. Desde que empezó a escribir libros para jóvenes en 1950, tenía mucha correspondencia, no sólo con adultos, sino también con chicos, como el que le preguntó que le inspiraba a escribir historias. “Realmente no lo sé”, dijo Lewis: “¿Sabe alguien exactamente de dónde viene una idea?”. La respuesta es por supuesto que no, pero hay muchas situaciones en su vida que debieron influir en su literatura.

El escritor había nacido en una familia acomodada de Belfast (Irlanda del Norte) en 1890. Su padre era procurador, y su madre, matemática. Hijos de un ingeniero evangélico galés y un pastor protestante. Por lo que iban regularmente a la iglesia de su abuelo, donde Lewis fue bautizado de niño como Clive Staples, aunque él firmaba siempre con sus iniciales, C y S. Su familia y sus amigos le llamaban Jack, aunque sus padres se referían a él de pequeño como Babbins o Baby, hasta que decidió llamarse Jacksie. Tenía un hermano mayor, Warren, y una niñera irlandesa llamada Lizzie, que les contaba historias maravillosas sobre dioses y criaturas mitológicas. Tal vez Jack pensaba en ella, cuando años después escribió sobre la institutriz del Príncipe Caspian y sus increíbles relatos sobre la antigua Narnia.

Cuando tenía siete años, la familia se muda a una nueva casa, que conocen como La Pequeña Lea, aunque era tan grande, que estaba llena de habitaciones, escaleras y pasillos. Para aquellos dos chicos, llenos de imaginación, era “más una ciudad, que una casa”. Jack pensaba sin duda en ella al describir la casa de Polly y Digory en El sobrino del mago, cuando recuerda aquellos “largos corredores, estancias vacías medio iluminadas por el sol, el silencio dentro, escaleras arriba, áticos explorados en soledad, el gorgoteo distante de cisternas y tuberías, y el sonido del viento bajo los tilos”.

Su mundo transcurría en aquella casa durante largos días de lluvia. En una de aquellas habitaciones había un gran armario tallado en madera. Había sido construido por su abuelo de roble macizo. Los niños solían esconderse en él, para escuchar a Jack contar historias de aventuras en la oscuridad (este mueble ropero se encuentra ahora con otros papeles de Lewis, en la colección que tiene la universidad evangélica de Wheaton, EE. UU.). Sus relatos venían de libros que llenaban la casa por todas partes. Los que más le gustaban eran de autores como Nesbit o Beatrix Potter. Es entonces cuando empieza a imaginar historias de “animales vestidos”. Así nace el mundo de Boxen, un universo que compartía con su hermano, incluso cuando estuvo separado de él en un internado en Inglaterra.

Lewis odiaba el colegio, pero sobre todo no aguantaba estar separado de su madre, su “confiada Atlántida”, un gran continente insular de tranquilidad, que iba a sumergirse pronto bajo las olas del mar. Jack se entera a comienzos de 1908 que su madre estaba gravemente enferma. Al acabar el verano murió, cuando él tenía nueve años. Un sentimiento de orfandad embargó a Lewis el resto de su vida. Su recuerdo inspira la angustia de Digory en El sobrino del mago, buscando una curación milagrosa para su madre. Con esa confianza que tiene el niño en Aslan, Jack ruega por la sanidad de su madre. Ora incluso después de que su madre muriera, pero su cadáver parecía aniquilar toda esperanza. Aquel féretro era como un armario cerrado. Lewis no podía entonces imaginar que por detrás había una puerta a un mundo maravilloso…

AL OTRO LADO DEL ARMARIO

Cuando acaba el colegio, Lewis abandona la fe cristiana. Su visión del mundo se hace a partir de entonces totalmente materialista. En 1914 su padre le envía a estudiar con un tutor privado llamado Kirkpatrick. Su influencia está detrás del profesor Kirke en los libros de Narnia. El le prepara para la Universidad de Oxford, donde emprende una brillante carrera que dura más de cuarenta años, ya que fue profesor hasta su muerte, en 1963. Sólo deja sus estudios, durante la primera guerra mundial, que pierde un amigo, al que promete cuidar de su madre. Parece que tiene una relación íntima con ella, hasta que se convierte a la fe cristiana por medio de Tolkien.



Lewis tuvo tanta amistad con Tolkien, que fue el primero en leer sus historias sobre la Tierra Media. Los dos enseñaban Filología y compartían una misma pasión por el primer poema que hubo en lengua inglesa, el Beowulf. Juntos tenían un grupo de amigos llamado los Inklings, que se reunía en varias tabernas de la ciudad. Tolkien se había convertido en católico-romano por influencia de su madre, que sufrió mucho a causa de su fe y murió también enferma. Pero Lewis seguía siendo todavía ateo, hasta que una noche de 1931 se convirtió en “el más reticente converso de toda Inglaterra”.

Lewis pensaba como muchos hoy, que las similitudes del cristianismo con la mitología, lo hacía simplemente una historia más de ficción, que no podía ser realidad. Pero descubre con Tolkien, que “el meollo del cristianismo es un mito que es también una realidad”. Porque “el antiguo mito del dios que muere, sin cesar de ser un mito, desciende del cielo de las leyendas y de la imaginación hasta la tierra de la historia”. Ya que “sucede en una fecha y lugar concretos”. Para Lewis, como para Tolkien, todos los relatos apuntan por eso hacia un momento en este mundo real en que el “mito” se convirtió en realidad.

¿FICCIÓN O REALIDAD ?

El año 60 Lewis le escribe una carta a una niña llamada Patricia, que está ahora grabada detrás del armario que sirve de monumento a Lewis, delante de una biblioteca de Belfast. Le dice: “No estoy haciendo exactamente una representación mediante símbolos, de la verdadera historia del cristianismo, sino que más bien me digo: “supongamos que existiera un mundo como Narnia, que necesitara ser salvado y que el Hijo de Dios (o del “Gran Emperador allende los mares”) hubiera ido a redimirlo, igual que vino a redimirnos a nosotros, ¿cómo habría sucedido en aquel mundo?
Con la creación de Narnia, el Hijo de Dios crea “un” mundo (que nos es concretamente el nuestro).

Jades, al coger la manzana, comete un acto de desobediencia, el mismo pecado que Adán. No obstante, este episodio no desempeña, en la vida de Jades, la misma función que realizó en la vida de Adán. Ella “ya” había pecado (y mucho) antes de comerse la manzana. Con la masa de piedra pretendía recordar una de las Tablas de la Ley de Moisés. La Pasión y Resurrección de Aslan equivalen a la Pasión y Resurrección que, presumiblemente, habría tenido Jesucristo en “aquel” mundo. Son similares a las de este nuestro mundo, pero no son exactamente iguales.

Edmund, al igual que Judas, es un traidor y un soplón. Sin embargo, a diferencia de aquél, Edmund se arrepiente y es perdonado (como, sin ninguna duda, Judas habría sido perdonado si se hubiera arrepentido).

Efectivamente, en los “confines” del mundo de Narnia, Aslan empieza a mostrarse más parecido a Cristo, tal y como lo conocemos en “este” mundo. De ahí el “Cordero” y de ahí el almuerzo, como al final del Evangelio de San Juan. ¿No dice El: “se os ha permitido conocerme en “este” mundo (Narnia) para que podáis conocerme mejor cuando regreséis al vuestro?”
Y, naturalmente, el mono y el acertijo, justo antes del Juicio Final (en La última batalla) representan la llegada del anticristo antes del fin de nuestro mundo.”

Lewis comprendió que existe un relato verdaderamente histórico, que contiene una “magia más profunda” que las historias que él había amado desde niño. Por eso después de su conversión, se convirtió en uno de los pocos comunicadores cristianos, capaces de escribir relatos de ficción, llenos de imágenes trascendentes de Dios, nuestra humanidad y la realidad transfigurada por la luz del cielo.

Sus libros de apologética han convencido a muchas personas de la verdad de la fe cristiana, pero su imaginativa prosa ha demostrado también un poder liberador, que nos hace esperar un mundo mejor…

José de Segovia es periodista, teólogo y pastor en Madrid