martes, mayo 22, 2007

MELAJ mejorado

A partir de esta fecha he añadido algunos elementos a este blog, como links de noticias, anunciantes y ¡videos!

Quiero iniciar este nuevo momento de MELAJ con un descubrimiento más que interesante: Matisyahu es un artista estadounidense de reggae-hip hop. Matisyahu es el equivalente hebreo al nombre Mateo. Después de casi incendiar su clase de química, decidió ir a un viaje de acampada a Colorado. En las Montañas Rocosas, lejos de la vida urbana de White Plains, Matisyahu afirma que descubrió su Dios.

Matisyahu

Su curiosidad espiritual lo llevó a Israel en un viaje que significó un punto de inflexión en su vida. Matisyahu aprovechó el tiempo rezando, estudiando y pensando en música en Jerusalén. Su dormida identidad judía afloró a su consciencia y a su regreso acudió a un instituto en Bend (Oregon), introduciéndose en el reggae y el hip hop.

Se convirtió al judaísmo jasídico. Mientras estudiaba en The New School, Matisyahu escribió una obra de teatro titulada Echad (Uno), que trataba de un muchacho que conoce a un rabino hasídico y se convierte a la religión. Poco después del estreno de la obra, la vida de Matisyahu extrañamente imitó a su arte. Años después de que prendiera en él la primera chispa de religiosidad, Matisyahu conoció al rabino Lubavitch, iniciando la transformación de Matthew en Matisyahu.

Su banda combina sonidos de reggae,rap y rock, junto con letras de alto contenido espiritual.
Sus integrantes son:

  • Matisyahu (Matthew Paul Miller) - Voz, Beatbox
  • Jonah David - Batería
  • Aaron Dugan - Guitarra
  • Josh Werner - Bajo, Teclados

Discografía

  • Shake Off the Dust…Arise (JDub Records 2004)
  • Live at Stubb’s (live) (JDub Records - Epic 2005)
  • Youth (JDub Records - Epic 2006)
  • ‘No Place To Be’ (CD+DVD Con 7 nuevos temas el 26 de diciembre a la venta)

Esto es un resumen, el artículo completo lo teneis en la wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Matisyahu

Más información en su Web: http://www.matismusic.com/

miércoles, mayo 09, 2007

La fe y el bien común

Si la política, al menos de alguna forma o manera, aunque sea de forma restringida y asumiendo sus problemáticas, puede orientarse para la búsqueda del bien común de todas las personas, sin duda puede encajar dentro de la dimensión social de la fe. Esto, por supuesto, no porque la política demande fe, sino porque la fe nos puede demandar el compromiso sociopolítico. La acción política, en algún caso, puede ser una exigencia de la fe, pues la fe se vive dentro de la historia y de sus avatares.

Es la vertiente pública de la fe, de una fe que no se puede individualizar ni privatizar de forma exclusiva, pues la fe que, según la Biblia, actúa a través del amor, rompe toda privatización e individualismo y nos lanza al mundo y, fundamentalmente, a la parte del mundo más lacerante y sufriente: los pobres de la tierra que son legión.

Desde esa perspectiva, la fe, usando como vehículo inseparable el amor, un amor que, necesariamente, tiene que buscar el bien común, la justa redistribución y la dignificación de las personas, nos puede demandar el compromiso político, bien sea en su sentido más amplio de una política con mayúsculas, o su sentido más concreto de la militancia en los partidos políticos del arco parlamentario. Estas son áreas que no tienen por qué considerarse vedadas a los cristianos.

El amor nos lanza al compromiso y este compromiso implica también el sociopolítico. La fe circula por los carriles de la historia arrastrada por los caballos del amor y no puede dar la espalda a los avatares políticos en donde se juega, en muchos casos, la dignidad de las personas. Es por eso que, en las dinámicas y búsquedas del bien común por parte de los hombres de fe, no se puede evitar poner en el punto de mira de esa fe actuante a los pobres del mundo. Quien, desde la fe, enfoca el tema del bien común, se da cuenta que la actuación de esa fe transformadora no puede limitarse al asistencialismo o al compartir ofrendas o limosnas, cosa que es loable y que hay que hacer porque son exigencias de la ética cristiana. Pero no es suficiente. La fe transformadora de la realidad debe impregnar también la vida sociopolítica.

La fe que exige del creyente enfocar las causas de la pobreza y analizar las estructuras económicas injustas que oprimen y marginan a tantos prójimos, se encuentra con la exigencia ineludible de demandar de los creyentes que se involucren en lo que podría ser la reconstrucción, o si se quiere, la liberación de una sociedad contaminada y presa de estructuras de poder, económicas y políticas injustas. Esta empresa de liberación y transformación, tendente al bien común y a la dignificación de los pobres, no tiene más remedio que entrar por líneas de compromiso político como exigencia de la misma fe. Esta ha sido mi experiencia desde el trabajo asistencial y de integración social de Misión Urbana. Cada vez mi fe, en contacto con la realidad de la pobreza, me plantea nuevas demandas y exigencias cada vez más fuertes que aún no he sabido canalizar totalmente y con plena sabiduría. Sólo que me gustaría estar en el camino, en la senda de la solidaridad que no da la espalda al compromiso sociopolítico. Esta puede ser también la experiencia de personas que están en contacto con la labor diacónica de la iglesia, sean voluntarios o profesionales.

Dentro del cristianismo deberían surgir cada vez más vocaciones en relación con la comunidad política, usando a ésta como cauce de expansión del bien común a todos los ciudadanos y habitantes del mundo, con una visión especial que enfoque las fuertes problemáticas de la exclusión social que mata la dignidad de más de media humanidad. Y el resto de la humanidad se ve también menoscabada en su dignidad. La dignidad humana o es para todos, o esa dignidad no existe. Nunca se puede considerar más digno el ladrón de dignidad que el despojado de ella.

El cristiano que hace caso a su exigencia de fe en cuanto al bien común, se convierte en un paladín por la búsqueda de la justicia y de la paz. Esta actividad encajada en la dimensión social de la fe, no puede evitar ni huir del compromiso político como si éste fuera algo negativo. Esta dimensión de la fe es la que hizo a los profetas del Antiguo Testamento ser críticos con las estructuras políticas y socioeconómicas del momento, les hizo llegar a la denuncia social a favor de los pobres y de los oprimidos. Ese megáfono de voz crítica se articula ineludiblemente, dentro del compromiso sociopolítico, dentro de la dimensión social de la fe que, en algunos casos, se puede orientar a la militancia en los partidos políticos de izquierdas, de derechas o de centro. El cristiano que busca el bien común en un compromiso sociopolítico, no lo hace al margen de la fe o como con miedo de hacerlo a pesar de su creencia, sino como exigencia misma de su fe en Cristo y como discípulo de un Jesús con todo un proyecto del reino con unos valores que tienden a acercar la justicia y el bien común al mundo, con una preferencia especial por los pobres, los marginados y los excluidos.

No os hagáis problema de la pluralidad de opciones políticas ofertadas por los partidos políticos concretos. En todos ellos se pueden encarnar los mensajes y compromisos sociopolíticos de una fe actuante arrastrada por los caballos del amor. En el fondo caeríamos otra vez en el concepto de projimidad que, para desarrollarse en compromiso buscando el bien común, puede necesitar de la acción política de los cristianos. Fortaleced la dimensión pública de la fe, pues es el amor en acción quien la mueve. En el fondo, la fe y el amor, con todas sus implicaciones, son dos realidades coimplicadas separadas sólo a efectos didácticos y para entendernos entre los hombres.

Juan Simarro Fernández es Licenciado en Filosofía, escritor y director de Misión Evangélica Urbana de Madrid

Spider-Man y el enemigo interior.

“La mayor batalla se libra por dentro”, anuncia la publicidad de Spider-Man 3. Descubrimos así el lado oscuro de un superhéroe, que ha destacado más por su humanidad que por sus poderes. Sam Raimi cierra así una trilogía que es lo más parecido a una obra de autor que puede hacer Hollywood, en un tipo de cine tan comercial, que se preocupa más por las cifras y los efectos, que por la caracterización de unos personajes y la coherencia de un argumento. La tercera entrega de esta saga sigue la línea clara de los comics de los años sesenta, pero nos introduce en la ambigüedad moral de una historia cada vez más ambiciosa. Esta película, no sólo nos enfrenta al problema del perdón, sino también a nuestra incapacidad para dominar el enemigo interior.

Un personaje de los años ochenta, Venom, nos aporta el lado tenebroso del protagonista. La mancha negra de Veneno convierte al personaje interpretado por Tobey Maguire, en un tipo siniestro y retorcido. Ya en los primeros minutos de la película lo vemos como alguien engreído y egoísta, que disfruta de su éxito amoroso y profesional. Todo parece que le va bien. Tiene una novia encantadora y el jefe de su periódico, ya no le trata tan mal como antes. Los neoyorquinos le adoran y confían en él como su fiel protector, jaleándolo allá por donde pasa. El primer acto heroico que hace en esta secuela es sin embargo rescatar a una guapa modelo, interpretada por la hija del director Ron Howard, a la que besa en la boca, delante de su propia novia.

Esta chica fascinada por el hombre-araña, Gwen Stacy, era en el comic la primera novia de Parker. Moría inesperadamente a manos del segundo Duende Verde, que es el amigo que intenta vengar a su padre, supuestamente asesinado por Spider-Man. Al descubrir la identidad secreta de Peter Parker, su odio se extiende hacia su antiguo compañero de piso, que tiene cada vez más conflictos, hasta verse dominado por “una especie de parásito mental que transforma el cuerpo de su portador hasta fundirse con él”. Es para Raimi, “un símbolo, la cara oculta del ser humano, lo negro, lo incontrolable que todos llevamos dentro”…

¿UN CHICO NORMAL?
Desde que la picadura de una araña radioactiva lo transformó en un hombre-araña, Peter Parker no ha dejado de ser un chico como tantos otros. Algo solitario, porque sus padres murieron en un accidente y su querido tío fue asesinado por unos delincuentes, pero es tan sensible como la mayor parte de los adolescentes. Como tantos chavales, está enamorado de la más guapa del instituto, pero nadie le hace mucho caso. Su apariencia enclenque y carácter algo reservado, hacen que parezca más bien tímido. No es difícil para muchos de nosotros, identificarse con alguien como él…

La primera entrega de Spider-Man exploraba ese aspecto psicológico, hasta conseguir a la chica que amaba, que es Mary Jane en la película (curiosamente, el intercambio de papeles que tiene con Gwen Stacy en la versión cinematográfica, va acompañado hasta de un cambio de color de pelo: Kirsten Dunst se hace pelirroja y Bryce Dallas Howard se tiñe de rubio). Ella sin embargo en el original, era una parte fundamental del mito trágico del personaje, pero aquí no aporta más que una tensión sentimental algo estúpida. Se mezcla así finalmente la serie original de los sesenta, que hizo Stan Lee con Steve Ditko, y la versión de los noventa de Todd McFarlane, pero aunque todo resulta un poco confuso, los personajes se vuelven más humanos.

El impresionante Hombre de Arena (Thomas Haden Church) es en realidad el asesino de su tío, pero su crimen inspira comprensión, desde la compasión que ve a este delincuente con remordimientos por haber abandonado a su hija. Su debilidad y contradicciones nos resultan extrañamente cercanas. Tras el segundo Duende Verde no hay más que el dolor de un amigo que se siente traicionado. Y Brock es un fotógrafo ambicioso, que no repara en medios para quitarle a Parker su trabajo, pero dominado por el Veneno se muestra como alguien humillado por Peter, que le golpea sin piedad, cuando busca reconciliarse con él, diciéndole: “¿Buscas perdón? ¡Vete a la iglesia!”.

EL PROBLEMA DEL MAL




“Todos son seres humanos y tienen pecado en su interior”, dice Raimi. El problema de la venganza y el perdón recorre las tres entregas de la serie. Lo que la convierte en una de las sagas más interesantes de analizar, desde un punto de vista filosófico e incluso teológico.

En una de las pocas entrevistas que ha dado Raimi en Madrid, el periodista de El Cultural, Juan Sardá, le observa: “Hay algo cristiano en todo”. Pero el director dice: “No creo que haya nada cristiano, son valores”. Una lectura parecida hace el actor Tobey Maguire: “Hay claramente un profundo remordimiento de Peter, siente que está perdido y se encuentra realmente humillado, pero no creo que sea algo en términos religiosos, sino más bien psicológicos y emocionales”.

De hecho Raimi declara en esa entrevista que “Spider-Man simboliza a Estados Unidos en este filme”. Ya que piensa que “hemos pecado de orgullosos y ahora queremos levantarnos de nuevo sin negar nuestros errores del pasado”. No es casualidad que la serie empezó como la primera gran superproducción de Hollywood que se estrenó tras los ataques del 11-S. La visión de Nueva York, defendida por un héroe bueno, contra todo extraño malhechor, produjo una especie de catarsis social para el abatido espectador norteamericano. Hay una escena en esta tercera entrega en la que incluso Spidey posa con la bandera americana. Según Raimi, “esta imagen tiene mucho que ver con la historia de un chico que se considera a sí mismo por encima de los criminales y su pecado es el orgullo”. Es precisamente ahí, donde el director cree que “comienza su caída”….

El dilema que reflejan las tres películas es cómo reconciliar nuestros poderes con nuestra responsabilidad. La naturaleza pecaminosa de Parker adquiere su máxima expresión con el simbionte de Venom, que le hace sentirse dominado por un deseo de venganza, que le vuelve antipático y desagrable. Lo extraño es que “se siento uno bien”, dice el personaje, al descubrir su lado oscuro. ¡Por supuesto que sí! El pecado produce siempre ese efecto… Aunque su tía le advierte que “la venganza es como un veneno, que si se apodera de ti, te convierte en algo espantoso”, pero él ya no hace caso... Su caída llega hasta el punto en que se encuentra desesperado, mirando hacia arriba la silueta de la cruz de una iglesia, bajo un cielo gris de tormenta…

EL ASOMBRO DEL PERDÓN
¡Qué curioso, que sin haber intención religiosa alguna, Raimi sitúe entre los muros de una iglesia, el momento en que su personaje es despojado de su traje negro, para aparecer vestido de rojo! Ese simbolismo de limpieza nos muestra la única forma cómo es posible realmente el perdón. Porque no hay nada que podamos dar menos por obvio que el perdón. ¡Es un verdadero milagro!... Nos engañamos diciendo que una cosa es perdonar y otra es olvidar, pero nuestro perdón no significa nada en la práctica. Porque sólo reconciliados con Dios, podemos reconciliarnos los unos con los otros.




Todos tenemos una lucha con nosotros mismos. Ya que somos capaces de hacer daño, hasta a los que más queremos, tanto física como emocionalmente. Y nuestro adversario, no sólo puede hacer que destruyamos a otros, sino también puede hacer que nos destruyamos nosotros mismos. Pablo escribe a los Romanos: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (7:24). Aunque a continuación exclama: “Gracias a Dios, Jesucristo me rescatará”, como dice una versión moderna del v. 25.

Jesucristo no aparece para salvar a Peter Parker en la película. Sin embargo la confrontación final con el enemigo es en una iglesia. La escena es violenta y angustiosa. Cuanto más se intenta librar Peter del Veneno, más parece formar parte de él. La conclusión no deja lugar a dudas que la clave para nuestra redención está en nuestra facultad de elegir. Teológicamente, siempre ha sido un tema de discusión hasta que punto nuestra voluntad misma está caída, para impedirnos que tomemos otra elección que no sea el pecado. Lo que está claro, es que como dice la tía de Peter, el perdón ha de empezar por nosotros mismos. ¿Cómo podemos perdonar, si no hemos sido nosotros mismos antes perdonados? ¡Esa es la cuestión!

MULTIMEDIA
Puede escuchar la entrevista de Daniel Oval a José de Segovia en eMision.net con el título: “Spiderman, superhéroes y Mesías” (audio, 5 Mb)

José de Segovia Barrón es periodista, teólogo y pastor en Madrid